Homilías del Padre Raniero Cantalamessa
Raniero Cantalamessa
En la vida de San Francisco se lee que, después de su conversión, cuando empezó a predicar se iba por aldeas y pueblos, y cuando encontraba unas cuantas personas las reunía y, con lágrimas en los ojos, decía: “Arrepentíos, porque el Reino de Dios está cerca. Amad al Señor, porque el Señor merece ser amado”. Y San Francisco tenía un compañero muy simple, sin letras, que se llamaba Fray Egidio, y después de que San Francisco terminase de hablar, Fray Egidio reunía a las personas a las que aquel se había dirigido poco antes y decía: “¿Habéis escuchado lo que ha dicho este hombre? Parece pequeño, poca cosa, pero es un santo del Señor, es un hombre de Dios. ¡Escuchadlo!”. En este momento yo me siento exactamente Fray Egidio. Vengo a España pocos días después de un verdadero hombre de Dios. Ha venido a España Juan Pablo II y yo os digo: “¿Habéis escuchado lo que os ha dicho este hombre? ¡Hacedlo, ponedlo en práctica, porque es un hombre de Dios!”.
El tema de este primer encuentro, hermanos, sería la obediencia, pero no me ha parecido bien iniciar mi predicación con un deber. En nuestra relación con Dios, antes del deber y del mandamiento siempre está el don, el don de Dios. Antes de pedirnos algo, Dios nos da algo, nos da su amor. Por lo tanto, lo que he hecho ha sido esto: he hablado ya de obediencia a vuestros líderes en el Retiro que ha precedido a esta Asamblea, de manera que ahora vuestros líderes obedecerán a Dios y vosotros les obedeceréis a ellos.
Y de esta manera, puedo hablaros del AMOR DE DIOS. Porque siempre, cuando inicio una nueva predicación, siento en mi corazón el deber de poner el amor de Dios ante todos. A partir de mañana el Señor va a pedirnos algo: ser santos nada menos. Pero esta tarde Él quiere asegurarnos su amor.
Resumiremos el mensaje del amor de Dios en tres grandes palabras que encontramos en la carta de S. Pablo a los Romanos. Este texto se encuentra al inicio de la carta a los Romanos y dice así:
“A todos los que estáis en Roma, amados de Dios y llamados a ser santos, gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo
Y como la Palabra de Dios es viva y eterna, esta carta a los Romanos es una carta también a los españoles de hoy, a esta Asamblea, y por lo tanto, lo podemos leer así:
“A todos los que estáis aquí en Madrid, en la Casa de Campo, amados de Dios y llamados a ser santos, gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.” AMEN.
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