Raniero Cantalamessa
Introducción
EL HÉROE Y EL POETA
Bulle mi corazón de palabras graciosas voy a recitar mi poema para un rey. (Sal 44)
Hay distintos caminos, distintos métodos, para acercarse a la persona de Jesús. Por ejemplo, se puede empezar directamente por la Biblia y, también en este caso, se pueden seguir distintos caminos: el tipológico, que fue utilizado desde la primera catequesis de la Iglesia, que explica a Jesús a la luz de las profecías y de las figuras del Antiguo Testamento; el camino histórico, que reconstruye el desarrollo de la fe en Cristo a partir de las distintas tradiciones, autores y títulos cristológicos, o por los distintos ambientes culturales del Nuevo Testamento. Y viceversa, se puede partir desde las preguntas y los problemas del hombre de hoy, o partir directamente de nuestra propia experiencia de Cristo, y desde allí remontarse a la Biblia. Son todos caminos largamente explorados.
La Tradición de la Iglesia ha elaborado, bien pronto, un camino de acceso al misterio de Cristo muy suyo, una manera muy suya de recoger y organizar los datos bíblicos que a Él se refieren, y esta forma se llama el dogma cristológico, la vía dogmática. Entiendo por dogma cristológico las verdades fundamentales sobre Cristo, definidas en los primeros concilios ecuménicos, sobre todo en el de Calcedonia, las que, en su esencia, se reducen a tres puntos fundamentales: Jesucristo es verdadero hombre, es verdadero Dios, es una sola persona.
En estas meditaciones he intentado acercarme a la persona de Jesucristo siguiendo, precisamente, este camino clásico de la Iglesia. Se trata de seis reflexiones, dos dedicadas a la humanidad de Cristo, dos a su divinidad y dos a su unidad como persona. Les sigue un capítulo conclusivo, de carácter distinto a los anteriores, una especie de excursus, en el que busco dar una valoración crítica de las tesis aparecidas recientemente, en algunas llamadas “nuevas cristologías”, principalmente sobre la problemática de la divinidad de Cristo.
El dogma cirstológico no quiere ser una síntesis de todos los datos bíblicos, una especie de destilación que encierra en sí toda la inmensa riqueza de las afirmaciones referentes a Cristo que se leen en el Nuevo Testamento, reduciéndolo todo a la descarnada y árida fórmula: “dos naturalezas, una persona”. Si fuese así, el dogma sería tremendamente restrictivo y además, peligroso. Pero no es así. La Iglesia cree y predica de Cristo todo lo que el Nuevo Testamento afirma de Él, sin excluir nada. Por medio del dogma, solamente ha intentado trazar un cuadro de referencia, como para establecer una especie de “ley fundamental” que toda afirmación sobre Cristo debe respetar. Todo lo que se dice de Cristo debe por tanto respetar este dato cierto e incontrovertible, es decir, que Él es Dios y hombre al mismo tiempo; o mejor dicho, en la misma persona.