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Juan Pablo II, ¡Santo!

Gustavo Sánchez Rojas

Prólogo

Para todos nosotros, católicos, el domingo 27 de abril de 2014 quedará en la historia como una fecha memorable. Junto con el Beato Juan XXIII, el Papa Bueno, que convocó el Concilio Vaticano II y le dio inicio, ha sido canonizado Juan Pablo II, el Papa polaco, el Papa peregrino e incansable Apóstol de la Reconciliación. A partir de esta fecha, podemos decir: «San Juan Pablo II, ¡ruega por nosotros!». Toda la Iglesia, con gran júbilo, cuenta con la intercesión de Karol Wojtyla, quien desde el Cielo continúa velando por su amada Iglesia, a la que con tanto cariño y celo supo pastorear, guiar y defender como Sumo Pontífice desde su elección en 1978 hasta su tránsito a la Casa Paterna un 2 de abril del año 2005.

En lo personal, siento un particular aprecio y cercanía por Juan Pablo II. Fui ordenado sacerdote y consagrado obispo bajo el pontificado del Papa Wojtyla, quien con gran generosidad me llamó para servir al Señor Jesús y a su Santa Iglesia en el ministerio episcopal. Las ocasiones en que pude tratarlo personalmente quedé muy impresionado por su gran sencillez, por la profunda paz que irradiaba su persona y al mismo tiempo por la fortaleza espiritual que manifestaba, incluso en los momentos en que la enfermedad y los años lo hacían ver sumamente frágil. Su bondad y afabilidad, unidas a un espíritu risueño que me hacía recordar la infancia espiritual exaltada por el Señor Jesús (ver Mt 18,3), nunca lo abandonaron.

En muchos aspectos el Santo Padre Juan Pablo II fue único. Es el Papa que más ha viajado en las dos veces milenaria historia de la Iglesia, y con seguridad el único Sucesor de Pedro que ha visitado casi todas las Iglesias particulares presentes en el mundo. A él se debe la existencia de las Jornadas Mundiales de la Juventud y los Encuentros Mundiales de las Familias, en las que congregó a millones de jóvenes y familias de todos los países y continentes. En ellas Juan Pablo II tuvo siempre el coraje de anunciar al Señor Jesús como el único horizonte de vida plena para los jóvenes así como el que revela la belleza del Evangelio de la familia y de la vida, tan urgente de ser proclamado hoy en nuestros días.

Gracias a este gran Papa contamos con un nuevo Código de Derecho Canónico (1983), y también con el Catecismo de la Iglesia Católica (1992), acontecimiento que no se producía desde 1566, cuando el Papa San Pío V promulgó el Catecismo Romano o Catecismo del Concilio de Trento. La piedad filial mariana de Juan Pablo II ha regalado a la Iglesia los misterios de la Luz, mediante los cuales en el rezo del Santo Rosario podemos ahondar en la contemplación de la vida pública del Señor con los ojos de la Madre, y así amar a María con el mismo amor con el que la amó Jesús. Inauguró dos Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, la primera en Puebla (1979) y la segunda en Santo Domingo (1992), tercera y cuarta de las Conferencias Generales, respectivamente. Es el primer Vicario de Cristo que como Sumo Pontífice ha publicado libros que dan a conocer su pensamiento particular sobre diversos temas y son un magnífico testimonio de su trayectoria espiritual. En fin, para nosotros, peruanos, el Papa Wojtyla nos ha regalado su presencia dos veces, cuando visitó nuestra patria en 1985 y 1988, dejándonos abundantes y magníficas enseñanzas y el recuerdo imperecedero de un santo que ha recorrido nuestras tierras, confirmando a sus hermanos en la fe y mostrando en su persona al dulce Señor Jesús, hijo de Santa María.


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