Juan XXIII, 200 anécdotas
Constantino Benito-Plaza
EXTRACTO:
1. El robo de una calabaza
Siendo de pocos años, Angelo robó una enorme calabaza en el campo. Al llegar a casa con ella, sin apenas poder, se encontró con su tío Severo. Hay un diálogo entre los dos, reconviniéndole su tío y tratando de convencerle de que ha cometido una mala acción.
—¿Qué tengo que hacer, entonces?, —preguntó el niño lloroso.
—Devolverla, Angelo, devolverla.
Angelo, compungido, la llevó al sitio de donde la había arrancado.
El dueño, al verlo, no se enfadó con él, sino que alabó a su tío por aquella lección de honradez, diciéndole al niño:
—Tu tío es un hombre honrado y te ha enseñado a respetar lo que no es tuyo.
Este fue, según él, uno de sus pecados de niño. Ya de mayor, se enteró de que también san Agustín, de jovenzuelo, robaba peras que no eran suyas.
2. Un atracón de higos pasos
La madre llevó a casa una cestita de higos pasos para la merienda de los hijos. Los escondió bajo la cama grande. Aprovechando que su madre había madrugado para ir a misa, Angelo se levantó con sigilo y buscó por todas partes hasta dar con los higos. Y empezó a comer: uno, dos, tres… hasta darse un atracón de ellos.
Al echarlos de menos su madre, lo llamó para pedirle explicaciones, pero se excusó una y otra vez, diciendo que él no había sido. Poco tiempo después, unos fuertes retortijones de tripa lo llevaron otra vez a su madre para quejarse.
—¿De qué te duele, hijo?, —le preguntó ella—. ¿No será de los muchos higos que te has comido?
—Perdón, mamá, es de lo higos, me comí demasiados.
Esta fue la lección, sin aspavientos, de aquella mujer campesina y sabia.
3. Un kilo de paja y un kilo de hierro
Empezó a ir a la escuela a los seis años con el párroco de su pueblo, don Rebuzzini. Ya en la escuela pública, llegó un día el inspector y se puso a hacer algunas preguntas a los alumnos. Una de las más difíciles, porque nadie la acertaba, fue la siguiente:
—¿Qué pesa más, un kilo de paja o un kilo de hierro?
La mayoría de los niños contestaban que el kilo de hierro, otros sencillamente que no lo sabían. Se levantó Angelo, el niño gordito de Brusico, y contestó con aplomo:
—Igual, pesan lo mismo. Lo que pasa es que hay que echar más paja.
El inspector lo felicitó por su acierto. Más tarde el maestro se hizo también su amigo, pero los compañeros, por envidia, le pegaron. Sólo le defendió uno: su amigo Battistel.
4. Malas notas
Tiene ya algunos años y no acaban de encontrar colegio para él, debido a su pobreza. Se ve campesino en las tierras que acaban de comprar sus padres: «La Colombera».
Al fin, don Boris, párroco de Cervico, encuentra una solución: el colegio de Celana, famoso por su rigidez, a cinco kilómetros de su casa.
Mal lo pasó en Celana con su aire de campesino y alejado de la familia.
Al final de curso es uno de los peores alumnos en cuanto a notas. Suspende en casi todo: italiano, latín, geografía, aritmética… «Este cuatro debería ser un tres», anota en el margen el profesor de aritmética. La mejor nota es de religión, siete. Pero, claro, es que los demás han sacado ochos y nueves. Un desastre, pues, como estudiante por su falta de preparación, no por falta de interés.
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