José Luis Martín Descalzo
Amigo Editor:
No me quedo tranquilo si no escribo estas líneas. Necesito decir un par de cosas, y, aunque esto no se use, usted me va a dejar decírselas aquí.
La primera es mi preocupación al firmar esta novela como sacerdote. Para muchos, literatura sacerdotal y literatura «edificante» son sinónimos. Y lo serían si no hubiésemos estropeado esta maravillosa palabra; si supiéramos que una edificación se hace con pesados bloques de piedra y dolorosos golpes de piqueta, y que puede ser sólo trabajo de personas maduras. Mi novela es ciertamente constructiva, pero ha sido hecha sobre esta tierra que, dolorosamente, no es «apta para menores». ¿Tendré yo la culpa de que algunas páginas de esta obra sangren o chirríen?
Sea la segunda el recordar al lector que lo que tiene entre las manos es una novela, no un tratado de teología, ni un sermón. No busque tesis donde ha querido retratarse vida, ni se agazape esperando locuciones teológicas donde los personajes son gente que habla como se habla. Y recuerde también la archivieja norma que no siempre el autor piensa igual que todos y cada uno de sus personajes, ni aun de los que cruzan la novela con la misma profesión del autor. Los curas de La frontera de Dios no son la Iglesia, sino simplemente curas que viven, sufren, mueren y resucitan más arriba.
¿Una tercera advertencia? Sí, para cuantos esperan esta novela con atisbos mesiánicos. El problema de la novela católica está bastante oscuro y quizás alguno crea que ya tiene el modelo: novela católica será la que se parezca a… No sean ingenuos. ¿Desde cuándo un muchacho como yo ha sacado milagros de la manga? Por desgracia yo no soy Renato.
Bien, concluyamos. ¿Será mucho, amigo Editor, pedirle que encabece con esta carta mi libro?
Un abrazo,
J. L. M. D.