La hermandad de la Sábana Santa
Julia Navarro
ASÍ NACIÓ LA HERMANDAD DE LA SÁBANA SANTA
Sábado. 27 de julio de 2002. La noticia estaba perdida en las páginas de un periódico: “Muere el científico que desenmascaró el fraude de la Sábana Santa”.
Así me enteré que Walter Mc Crone, para muchos el micro analista forense más solvente del mundo, acababa de fallecer en Chicago.
Sentí curiosidad por saber algo de ese científico, del que el titular anunciaba que había descubierto nada menos que la Sábana Santa era una impostura.
La historia de Mc Crone me resultó apasionante puesto que este químico había puesto bajo su microscopio restos capilares de personajes como Napoleón o Beethoven buscando dar respuesta a preguntas sin resolver sobre estos grandes hombres.
Mc Crone estudió la Sábana Santa en los años setenta y el día en que presentó sus conclusiones ante la Sociedad para la Investigación del Santo Sudario de Turín empezó diciendo: “Tengo buenas y malas noticias. Las malas son que el Sudario es una pintura. Las buenas que nadie me cree”. Este científico aseguró que el lino fue confeccionado en el siglo XIII después de Cristo; años después la prueba del carbono 14 confirmó su teoría. Junto a ella, el cronista recordaba que la Sábana Santa había sido estudiada por científicos de la NASA y que éstos habían llegado a la conclusión de que la figura impresa era tridimensional, mientras que otros científicos aseguraban haber encontrado restos de gramíneas provenientes de Oriente Próximo… así fueron conformándose en mi imaginación los trazos de una historia, la que tienen en sus manos. Se me ocurrió que podía ser apasionante “encontrar” una explicación a que el Sudario fuera auténtico y a la vez falso, y lo cierto es que no tardé mucho en dar con la solución. La encontré en Portugal paseando entre las ruinas de un castillo templario, el de Castro Marim, situado en la desembocadura del Guadiana. En las murallas del castillo no me costó sentir la presencia de aquellos caballeros enigmáticos. Y en Castro Marim, Jerez de los Caballeros, Turín, Roma, París, Estambul, ciudades todas ellas en las que en algunos momentos de mi vida he recalado como viajera, los personajes parecían fluir de las letras del ordenador como si estuvieran ahí, esperando a convertirse en reales.
Busqué apoyo en los libros de historia para desarrollar la ficción y, como suele ocurrir, una palabra, un episodio, abría las puertas a la creación de situaciones y personajes. Guardo la página del periódico donde leí la noticia de la desaparición de Walter Mc Crone, porque a partir de ese trozo de papel, que ya amarillea, fue cuando empecé a imaginar esta novela.
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