Papa Francisco
PRÓLOGO
A un año de distancia del comienzo del pontificado, el diseño eclesial y pastoral del papa Francisco aparece bien delineado en sus líneas de fondo. Si desde el principio resultó claro – en sus palabras, gestos y decisiones tomadas – la perspectiva y la marca que Francisco quería dar a su magisterio, con el paso de los meses su visión se amplía y la consolida paso a paso, hasta convertirse en el horizonte abierto de un nuevo curso en la vida de la Iglesia. Con la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), el Papa finalmente recoge en una amplia y orgánica síntesis los puntos esenciales de tal diseño, escribiendo de hecho la magna carta de la acción programática de los próximos años. En las palabras de la Exhortación –que para la articulación del cuadro de conjunto y la riqueza de los contenidos expuestos se configura más bien como una verdadera Encíclica– está presente el perfil y el llamado del rostro misionero de la Iglesia y, sobre todo, la nueva forma de «ser Iglesia» que el Papa anima, para una anunciación y un testimonio cristiano siempre más fiel al Evangelio.
Francisco, por cierto, está consciente –como recordó también al episcopado brasileño (27 de julio de 2013) mencionando el Documento de Aparecida– de que los pobres pescadores de la iglesia tienen barcos frágiles y redes remendadas, y que a menudo, a pesar de la fatiga, no alcanzan a recoger nada. Pero, a la vez está consciente del mismo modo que, siendo siempre Dios que actúa y lleva a cumplir, la fuerza de la Iglesia no descansa en las capacidades de sus hombres y sus medios –los unos y los otros débiles e insuficientes– esa fuerza «se esconde en las aguas profundas de Dios, en las cuales ella es llamada a echar sus redes».
Cómo echar las redes es el núcleo central de la predicación y de la misión apostólica de Francisco. Esta recopilación de artículos presenta, en sus líneas esenciales, el marco en el que aparece plasmado el sentido de un recorrido eclesial y pastoral bien definido, el de Francisco, caracterizado antes que todo por aquella palabra clave –casi un letrero que indica la dirección a seguir– que desde el título ha sido puesta como el sello y la clave de todo: la misericordia. La Iglesia de Francisco por lo tanto quiere ser reconocida, antes que por otro aspecto, como la casa de la misericordia que, en el diálogo entre la debilidad de los seres humanos y la paciencia de Dios, acoge, acompaña, ayuda a encontrar la «buena noticia» de la gran esperanza cristiana. Quien entra en esta casa y se deja envolver por la misericordia de Dios, además de no sentirse solo y abandonado a sí mismo, descubre en qué consiste el sentido de una existencia plena, iluminada por la fe y el amor del Dios viviente: el Cristo muerto, resucitado y siempre presente en su Iglesia. Quien lo encuentra y se queda con Él aprende la gramática de la vida cristiana: en primer lugar, la necesidad del perdón y de la reconciliación, de la fraternidad y del amor que los cristianos están llamados a manifestar en el mundo como testigos gozosos de la misericordia de Dios. Testigos no sólo para expresar sentimientos de comprensión, compasión y cercanía con quienes viven en situaciones de sufrimiento físico o moral; también testigos para comprometerse, conocer y compartir profundamente, en su circunstancia y realidad a quienes con toda la ternura, la magnanimidad y la solidaridad asumen, hasta el final, las penas y las dificultades de los demás, llevando consolación, esperanza y el coraje de perseverar en el camino del Señor y de la vida.