Reginald Garrigou-lagrange
PROLOGO
Deus, humilium celsitudo…
Oh Dios, grandeza de los humildes, reveladnos la humildad de María proporcionada a la profundidad de su caridad.
Nuestro propósito, en este libro, no es otro que el exponer las grandes doctrinas de la Mariología en su relación con nuestra vida interior. Al escribirlo hemos comprobado en muchísimas de las más hermosas tesis, que con mucha frecuencia el teólogo, en un primer período de su vida, se inclina a ellas por un sentimiento de piedad y de admiración; en la segunda etapa, al darse cuenta de ciertas dificultades y de las dudas de algunos autores, es menos categórico. En un tercer período, si tiene tiempo y oportunidad de profundizar en estas tesis, bajo su doble aspecto especulativo y positivo, vuelve a su primer punto de vista, no sólo por un sentimiento de piedad y de admiración, sino con conocimiento de causa, al darse cuenta, por los testimonios de la Tradición y por la profundidad de las razones teológicas generalmente aducidas, que las cosas divinas y particularmente las gracias de María son más ricas de lo que se piensa, y entonces el teólogo afirma, no sólo porque es bello y admitido generalmente, sino porque es verdadero. Si las obras maestras del pensamiento humano en literatura, pintura o música encierran tesoros insospechados, lo mismo sucede, con mucho más razón, con las obras maestras de Dios en el orden de la naturaleza y muchísimo más en el orden de la gracia, sobre todo si estas últimas tienen relación inmediata con el orden hipostático, formado por el misterio mismo de la Encarnación del Verbo.
Nos ha parecido que estos tres períodos bastante frecuentes en la evolución del pensamiento de las teólogos, pueden señalarse en el progreso del pensamiento de Santo Tomás respecto a la Inmaculada Concepción.
Estos tres períodos, por lo demás, no carecen de analogía con los otros tres, muy parecidos desde el punto de vista afectivo. Se ha señalado con frecuencia que aparece primero la devoción sensible, hacia el Santísimo Sacramento o a La Santísima Virgen, por ejemplo, después, el de la aridez de la sensibilidad y, por fin, el de la devoción espiritual perfecta, que tiene sus raíces en la sensibilidad; se encuentra entonces la devoción sensible, más de una manera completamente diferente de la primera fase, en la que se detenía demasiado y en la que el alma no estaba desprendida por completo de los sentidos.
Que el Señor Se digne hacer comprender a los lectores de este libro, lo que debe ser este progreso espiritual, pues en él sólo pretendo dejar entrever la grandeza de la Madre de Dios y de todos los hombres.
No exponemos aquí opiniones particulares, sino que hemos procurado poner de relieve la doctrina más comúnmente admitida entre los teólogos, principalmente tomistas, aclarándola lo más posible que sea, fundándonos en los principios formulados por Santo Tomás.
Pondremos particular atención en la propiedad de los términos, evitando en Lo posible la metáfora, muy empleada con frecuencia al tratar de la Santísima Virgen. La bibliografía principal será citada a medida que se vayan tratando las cuestiones.