Thomas Merton
Capítulo 1
EL JUEGO DEL RESCATE
EN el último día de enero de 1915, bajo el signo de Acuario, en un año de una gran guerra y a la sombra de unas montañas francesas de la frontera con España, vine al mundo. Libre por naturaleza, a imagen de Dios, fui sin embargo prisionero de mi propia violencia y mi propio egoísmo, a imagen del mundo al cual había venido. Ese mundo era el retrato del infierno, lleno de hombres como yo, amantes de Dios y no obstante aborreciéndolo; nacidos para amarle y viviendo en cambio con temor y desesperadas apetencias antagónicas.
A no muchos centenares de millas de la casa donde nací estaban recogiendo a los hombres que se pudrían en las enfangadas zanjas, entre los caballos muertos y los derrengados cañones de setenta y cinco, en un bosque de árboles sin ramas, a lo largo del río Marne.
Mi padre y mi madre eran cautivos de ese mundo, sabiendo que no vivían con él ni en él, y con todo incapaces de huir de él. Estaban en el mundo y no eran de él, no porque fueran Santos, sino de un modo distinto: porque eran artistas. La integridad de un artista eleva a un hombre por encima del nivel del mundo sin liberarlo de él.
Mi padre pintaba como Cézanne y comprendía el paisaje meridional francés como Cézanne lo comprendió. Su visión del mundo era sana, llena de equilibrio, llena de veneración por la estructura, por las relaciones de las masas y por todas las circunstancias que imprimen una personalidad individual en cada cosa creada. Su visión era religiosa y pura y, por consiguiente, sus pinturas estaban sin decoración ni comentario superfluo, ya que un hombre religioso respeta el poder de la creación de Dios para dar testimonio de sí. Mi padre era un artista muy bueno.
Ni mi padre ni mi madre sufrían de los mezquinos prejuicios fantásticos que corroen a las gentes que no saben más que de automóviles y de cine y de lo que hay en la nevera y en los periódicos y de qué vecinos van a divorciarse.
Heredé de mi padre su manera de mirar las cosas y algo de su integridad; y de mi madre algo de su insatisfacción con la confusión en que el mundo vive y un poco de su varia capacidad. De ambos heredé facultades para el trabajo y visión y goce y expresión que debían haber hecho de mí una especie de rey, si los ideales por los que el mundo vive fueran los verdaderos. No es que nunca tuviéramos dinero; pero cualquier tonto sabe que no se necesita dinero para disfrutar de la vida.
Si lo que la mayoría de la gente da por sentado fuera realmente verdadero…, si todo lo que se necesitase para ser feliz fuese apoderarse de todo y verlo todo e investigar todas las experiencias y entonces hablar de ello, yo habría sido una persona muy feliz, un millonario espiritual, desde la cuna hasta ahora.
Si la felicidad fuera simplemente cuestión de dones naturales, nunca habría ingresado en un monasterio trapense cuando llegué a la edad de hombre.