San Ambrosio de Milán
INTRODUCCIÓN
DATOS BIOGRÁFICOS
San Ambrosio es uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia Occidental, juntamente con San Jerónimo, San Agustín y San Gregorio Magno. Nació en Tréveris, donde su padre era prefecto. No se sabe con precisión la fecha de su nacimiento. Según los datos más probables debió nacer entre los años 337 y 339. Nada sabemos de su adolescencia. Su familia era profundamente cristiana. Un miembro de su familia, Santa Sotera, fue mártir; su hermana, Santa Marcelina, se consagró muy joven a Dios; su hermano, San Sátiro, fue un gran apóstol y colaborador suyo. Pero, cosa rara, Ambrosio a los treinta y cuatro años aún no había recibido el bautismo.
Después de la muerte de su padre, toda la familia se trasladó a Roma. Ciertamente, estaba allí el año 353, en el que su hermana Marcelina recibió el velo de las vírgenes de manos del papa Liborio.
Debido al ascendiente de su padre y a sus buenas cualidades ocupó puestos relevantes en el Imperio. En el año 372 fue designado gobernador de las provincias de Liguria y Emilia, con residencia en Milán.
Milán no era una ciudad tranquila. Se vio varias veces zarandeada por las intrigas políticas, la amenaza de los pueblos bárbaros y las luchas religiosas entre católicos y arrianos. A la muerte del obispo arriano Auxencio, arrianos y católicos se disputaban la elección del sucesor. Ambrosio hubo de intervenir para apaciguar los ánimos. Entonces sucedió lo inesperado: una voz gritó: «¡Que Ambrosio sea el obispo!». El expuso las dificultades que había para ello, sobre todo, porque sólo era catecúmeno. Por fin, aceptó. Fue bautizado y una semana más tarde fue consagrado obispo, el 7 de diciembre del año 374.
Supo encontrar a un guía seguro en el presbítero Simpliciano, que lo inició en los estudios bíblicos, patrísticos y filosóficos, sobre todo por medio de los neoplatónicos Filón y Plotino. San Agustín recuerda en su Confesiones’ el prestigio que tenía San Ambrosio como expositor de la Palabra de Dios, que meditaba asidua y profundamente.
La gracia operó en él un gran cambio de vida. Y él colaboró con esa gracia divina todo cuanto pudo. Se distinguió por su gran austeridad, su generosidad con los pobres, entre quienes repartió su gran fortuna. Su casa estuvo siempre abierta a todos. Se puede afirmar que durante los veintitrés años de episcopado, en Milán, se entregó enteramente a su misión pastoral con gran edificación de propios y extraños.
Por su relevancia como pastor y ciudadano romano tuvo que intervenir en no pocos acontecimientos de su época, sobre todo con los arrianos, luciferianos y otras oposiciones anticatólicas de toda la provincia.
Intervino ante los emperadores Valentiniano I, Valentiniano II, Graciano y el gran Teodosio, ante el que adoptó una postura de gran firmeza por la matanza de personas, en Tesalónica, el año 390.
Fue un gran obispo, que se desvivió por conducir a su grey por el camino recto del Evangelio, para llegar a una vida cristiana lo más perfecta posible. Murió el 4 de diciembre del año 397.