La Práctica de la Presencia de Dios
Hermano Lorenzo
INTRODUCCIÓN
Aunque había llevado la vida normal de cualquier joven francés de clase media de inicios del siglo XVI, Nicolás Herman, nacido alrededor de 1610 en Herimenil, Lorraine (en ese entonces ducado de Francia), tuvo a los dieciocho años una intensa experiencia de Dios al contemplar un sencillo fenómeno de la naturaleza: la desnudez de un árbol en invierno.
Pese a que dicha experiencia de Dios lo motivó originalmente a una vida totalmente dedicada a la oración; terminó desperdiciando las dos siguientes décadas de su vida en el ejército, donde participó en la guerra de los Treinta Años.
Pero el “mastín de Dios” finalmente lo alcanzó: antes de cumplir los cuarenta años, una fuerte turbación espiritual y un profundo arrepentimiento -producto de un conjunto de eventos, entre ellos una herida de guerra que lo dejó lisiado- lo llevó primero a vivir en soledad en el bosque, como los primeros anacoretas y, luego, a modo de transición, a trabajar en el servicio público.
Finalmente, solicitó su ingreso en un, entonces, nuevo monasterio carmelita en París en calidad de hermano laico, con el deseo de hacer penitencia por los pecados cometidos en su vida.
En el monasterio, que llegó a tener cien religiosos, se dedicó a la cocina durante quince años hasta que fue trasladado al taller de reparación de sandalias, aunque frecuentemente tenía que regresar a ayudar a la cocina. El trabajo, casi siempre repetitivo, se extendía por numerosas horas, todos los días incluidos los domingos.
Sin embargo, en medio de las fatigas, la rutina y el escaso tiempo para la oración, el Hermano Lorenzo descubrió la enorme paz y el eficaz camino a la santidad que le ofrecía una práctica muy sencilla, que llegó a vivir plenamente: el ejercicio de la presencia de Dios.
Tímido y servicial, Lorenzo huía sistemáticamente de las conversaciones y las recreaciones. Pero la felicidad de su vida se transparentaba, y suscitaba en muchos de sus hermanos y visitantes del convento el deseo de conocer su “secreto”.
Secreto que el Hermano se hubiera llevado a la tumba si no fuera por el P. Joseph de Beaufort, consejero del Arzobispo de París, quien recopiló sus recuerdos de cuatro conversaciones con el Hermano y quince de sus cartas, la mayoría de ellas escritas a una misma persona; y las publicó en la forma de un pequeño libro titulado La Práctica de la Presencia de Dios. “La mejor regla para una vida santa” fue el subtítulo de la obra.
De Beaufort relata que cuando sostuvo sus conversaciones con el Hermano Lorenzo, éste tenía unos cincuenta años, tenía una cojera marcada -herencia de su participación en la guerra- y tenía un aspecto “rudo en apariencia, pero gentil en gracia”.
El Hermano Lorenzo murió en 1691, después de haber practicado por cuarenta años el ejercicio de la presencia de Dios.
El libro publicado por de Beaufort no tiene ningún carácter sistemático; pero presenta con gran elocuencia medios muy prácticos y concretos para vivir la presencia de Dios en medio de las actividades más aparentemente irrelevantes, tediosas o agobiantes de la vida diaria.
La sabiduría del Hermano Lorenzo, sorprendentemente, parece preparada para el siglo XXI, porque sus penetrantes y sabias observaciones sobre las angustias producto de la tensión entre el “hacer” y el “orar”, se resuelven en una verdadera espiritualidad de la acción; donde superando una falsa oposición, la oración se vuelve vida, para que la vida se vuelva constante oración.
El texto en español es traducción de la primera versión elaborada en inglés (ABR).
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