Romano Guardini
PRÓLOGO
El siguiente ensayo reúne el resultado de trabajos iniciados hace ya largo tiempo. Los problemas en él tratados requerirían en sí una clarificación aún más radical, pero ahora podemos juzgarlos ya maduros para la Historia; por tanto, sigo el deseo de algunos amigos, así como de la Editorial, y dejo a este ensayo tomar su forma presente, para que pueda contribuir a un planteamiento de la cuestión; más exactamente, le dejo la forma que ha ido adquiriendo a lo largo de unos diez años, en una serie de conferencias.
Pero no querría hacerlo sin decir antes cómo están vistos los problemas, y cómo se sitúan en el conjunto de la problemática teológica.
La psicología ha alcanzado una importancia ante la cual uno se enfrenta con sentimientos divididos. La observación y el análisis penetran en todos los dominios de la vida: se dirigen ante todo a la estructura de la personalidad —también y precisamente de las grandes personalidades—, y está fuera de duda que con ello se ha de obtener algo importante. Pero la índole y el resultado de la investigación psicológica están determinados, más profundamente que otros terrenos del conocimiento, por los motivos que hay detrás de ellos. Por eso hay razón para preocuparse, pues estos motivos —los conscientes y aún más los semiconscientes y los inconscientes— son de especies muy variadas, y algunos de ellos no precisamente plausibles.
Lo que da lugar al análisis psicológico puede ser el deseo de entender mejor y juzgar más adecuadamente la esencia de una personalidad y de su destino; esto es, el deseo de rendirle el honor que pretende. Pero puede ser también el designio de disolverla —y con ella al hombre en general—en el conjunto de la Naturaleza, y de ese modo, en lo que esta por debajo del hombre. Serla esto un triunfo que dispensarla del respeto.
Tales motivos han estado siempre operantes y lo están hoy también. Pero por lo que toca a este segundo designio, se encuentra muy reforzado por determinadas tendencias de la actualidad. Un democratismo radical no puede conceder que haya entre los hombres grados de posición que pretendan ser respetados. El positivismo y el materialismo niegan la distinción esencial entre espíritu y physis, entre el hombre y la naturaleza viva animal. El totalitarismo declara que la ciencia no tiene que establecer qué es lo que existe, sino transformarlo hacia aquello que ha de ser; en términos prácticos, poner a los hombres a disposición del poder. Partiendo de todo esto, se comprende la desconfianza contra la psicología por parte de aquellos a quienes les importa el valor y la dignidad del hombre, y dentro de cuyo mundo hay que tratar con “el gran hombre”. Esos l perciben en la psicología algo destructivo; una técnica con la cual el hombre que ya no está dispuesto ¡Cuánta desconfianza, entonces, tiene que empezar por encontrar el intento de acercarse con un planteamiento de problemática psicológica a Aquel que no es un “Grande” de la Historia como los demás, sino que trasciende todo lo meramente humano: Jesucristo!
Pero por otro lado, no se puede olvidar que Él mismo se ha llamado “el Hijo del hombre”, un nombre que, visto en su integridad, implica algo más que una expresión de la Mesianidad, propia del mundo lingüístico de los Profetas. Jesucristo es hombre con tal ausencia de reservas como ningún otro puede serlo; pues realizar la humanidad como Él lo hizo, sólo era posible al que era más que hombre.