Salvador Abascal
INTRODUCCION
SI YO —un simple pecador que se deja aturdir por el vocerío de las pasiones— he sentido latir en mí, varias veces en mi vida, una savia misteriosa que me hace superior a mí mismo; si me ha poseído un pathos extraño a mí, un dinamismo que no es mío y que sin embargo me mueve desde dentro, como alma de mi alma, ¿qué será en los que se ciñen a su misión minuto a minuto, en el hogar, en el trabajo, en mitad del divertimiento, y en la soledad del infortunio, y mientras aman y ríen, y cuando batallan y se aíran? Debe de ser como un relámpago que ilumine las más tenebrosas y secretas tinieblas de los momentos de prueba; debe de ser una repentina y hercúlea fuerza que rompa las más endurecidas cadenas, las que forja el amor propio; debe de ser, al fin, un manso venero que calladamente fecunda el páramo reseco.
En ellos hace su morada esa criatura divina —más real que los huesos— a la que Sócrates descubrió estremecido al sentir en su propia, entraña algo infinitamente distinto y superior al genio y que San Pablo denominó con una palabra de diamante rodada desde lo alto del séptimo cielo, palabra insubstituible que jamás perderá su belleza ni su fuerza: la Gracia.
La ignoran totalmente los sabios de este mundo, pero la Gracia existe para la salvación de los elegidos, y sin Ella no somos capaces ni siquiera de un buen pensamiento.
Salvador Abascal