José Kentenich
Introducción
Aconteció el 8 de diciembre de 1965.
Cientos de miles de personas se habían congregado en la plaza de san Pedro. Se celebraba la clausura del Concilio Vaticano II. El sorpresivo y audaz anuncio del Papa Juan XXIII, en 1958, había desencadenado un acontecimiento que quizás fuese el más ambicioso de toda la historia de la Iglesia. Durante años, el interés no sólo de la Iglesia sino de la sociedad estuvo puesto en Roma. Quizás ya no podamos imaginarnos cabalmente la magnitud de las expectativas y esperanzas que suscitara esa asamblea internacional de la Iglesia a comienzos de los años sesenta.
En la Iglesia católica reinaba una inusitada atmósfera de cambio. Muchos no habían creído que la Iglesia aún fuese capaz de generar tal atmósfera. Dentro y fuera de la Iglesia se seguía con interés lo que ocurría en Roma. Muchos cristianos evangelistas observaban con simpatía y vivo interés todo lo que se estaba movilizando allí. El papa Juan XXIII había invitado a un concilio pastoral. Quería abrir las ventanas y realizar un valiente “aggiornamento”, a fin de que la Iglesia se preparase para enfrentar el futuro en un mundo que, luego de dos Guerras Mundiales, se hallaba en un vertiginoso proceso de desarrollo económico y social, y experimentaba cambios radicales. En medio de esa aceleración del tiempo, era sumamente necesario que la Iglesia revisase la concepción que tenía de sí misma y reflexionase sobre su relación con el mundo.
En las constituciones centrales “Lumen Gentium” y “Gaudium et Spes”, los Padres conciliares afrontaron el desafío de un mundo transformado y comenzaron a entablar un diálogo e intentar respuestas.
Fue un concilio en el cual se luchó por despejar el camino hacia el futuro. Hubieron de chocar muy fuertemente un pensamiento endurecido y conservador con otro progresista. Sin embargo, fue un concilio de mayorías abrumadoras tal como puede comprobarse al examinar los resultados de las votaciones. El camino hacia el futuro contó con el aval de la mayoría, lo cual suscitó grandes esperanzas en mucha gente. El panorama eclesiástico estaba en proceso de cambio y no se hallaba todavía determinado por partidos de izquierda ni derecha que se hostigasen mutuamente, fenómeno que, desde la finalización del concilio, suele producirse hasta hoy, perturbando y obstaculizando la vida.
El P. Kentenich en Roma