Francisco J. Castro Miramontes
Prólogo
Algunas personas nacen con el don de la pintura, otras con la capacidad para realizar hermosas esculturas, pero aquí vamos a descubrir a alguien capaz de hacer arte con la escritura, capaz de transformar en relato sus propias vivencias, capaz de engrandecer pequeñas anécdotas de la vida. Cuando me ofrecieron escribir el prólogo de esta «humildad» como «sabiduría de vida», no estaba segura de poder hacerlo, porque, aunque parezca mentira, al ponerme manos a la obra, me resultó increíblemente difícil hablar de algo que es tan desconocido y de lo que no me había dado cuenta hasta ahora. Entonces comprendí que con nuestra arrogancia de cada día hemos ido cubriendo nuestra humildad hasta tenerla tan oculta que somos incapaces de encontrarla. Así que, pensé, si desconozco la humildad, ¿cómo puedo convencer a los demás para que se interesen, para que mis palabras inviten a leer este libro y a profundizar en su esencia? Aun así me decidí a leer el borrador y descubrí que en tan sólo dos días lo había devorado gracias a su sencillez y a la cotidianidad de sus relatos. Ahora sí me sentía con fuerzas para poder narrar lo que había leído.
A continuación prepárate para el encuentro, mediante el filtro de una lectura amena y elocuente, con un ser emblemático por su sencillez y su cercanía, que habita en un lugar maravilloso en el que todos hemos estado alguna vez. La sabiduría de la humildad se sitúa en un lugar idílico que en realidad es el nuestro, aquel donde nos refugiamos cuando realmente queremos estar a solas con nosotros mismos, ya sea grande o pequeño: un armario, tras una mesa de despacho, en la cocina, en una playa, en la montaña, en el coche, en casa de nuestros padres…, en ese rincón íntimo de vida de cada persona. Ese lugar en donde somos capaces de ser humildes, en silencio o a gritos, llorando o riendo, o simplemente serenando el pensamiento, para poder así reconocer ante Dios, y ante nosotros mismos, nuestros fallos, nuestros vicios, nuestras debilidades, nuestros errores, y de esta manera comprometernos a cambiar y a mejorar. En ese lugar nos encontraremos libres ante la inmensidad de un océano, con la discreción que su grandeza otorga, protegidos por el vientre de una madre dentro de la pequeña «ermita de la solidaridad», o acompañados en el recoleto convento de San Antonio, cargado de historias que contar.
Gracias a este libro, que me han brindado como privilegio y primicia, he sido capaz de sentarme y observar el mar desde mi sofá, de sentir la caricia de la brisa de la montaña mientras leía con la ventana de mi habitación abierta, de oler las flores de rocalla con el simple pasar de las páginas, de agradecer el calor del sol que me llega a través del cristal… el mismo calor que lleva tiempo calentándome y en el que no había reparado hasta ahora. Espero que del mismo modo tú seas transportada/o a ese «lugar mágico» y natural para encontrar tu propia paz en la inmensidad del océano o en la profundidad del bosque. Cuando no te sientas «útil, reconocida/o, o reconfortada/o», cuando creas que la vida pasa por ti sin dejar huella, piensa en esa ermita construida con el esfuerzo de varias manos, manos multidisciplinares. Piensa que una de esas piedras la has puesto tú. Que entre la multitud, tu piedra, tu vida, no es significativa, pero cuando la depositaste era esencial para continuar construyendo, y que si la retiras harás que se derrumbe la edificación, harás tambalear los cimientos de la férrea «catedral». ¿No crees que merece la pena construir la vida con nuestra piedra de humildad?
Dios te ha dado todas las herramientas para defenderte en la vida; pero, en su gran humildad, se retira, como cualquier padre, para observar tus movimientos en la distancia, dejándote elegir libremente uno u otro camino. ¿No es gran humildad mantenerse al margen, no interfiriendo en las acciones de otros, sabiendo que tienes toda la sabiduría y todo el poder para elegir la mejor decisión? Sí, Dios lo ha hecho. Nosotros deberíamos intentar buscar la paz de la que disfruta el humilde, esa paz que se nos resiste. A ese lugar evocador de esperanza te lleva de la mano un personaje: fray Francisco. Un hombre sencillo, joven, a veces niño, pero lleno de sabiduría, lleno de fe, fe en la Humanidad y en el gran potencial de esta. Un hombre que mira a los ojos de su interlocutor, un hombre que lava cada día su corazón, para que a la mañana siguiente brille de amor y comience de nuevo. Fray Francisco, como buen fraile, sabe escuchar, sabe observar, da sabios consejos, pero a su vez sabe sonreír, tiene debilidades y reconoce que llora y que duda, porque es humano. Capaz de encontrar las palabras más maravillosas para despedir a un amigo que emprende el camino de la vida eterna, es también quien ora ante el Santísimo escuchando música.
Déjate llevar por su mano y ojalá tú también encuentres un fray Francisco que te escuche, que te abra los ojos a la grandeza de la naturaleza que te rodea, que te consuele, que se ría contigo con una sonrisa bien enraizada en el corazón, que comparta tus momentos de felicidad y de amargura. Yo ya lo he encontrado. Gracias, fray Francisco, por ser tan especial. Tus extravagancias te hacen humano, te acercan a las necesidades reales, te imprimen autenticidad, te hacen partícipe de la sociedad en que vivimos, te hacen ser actual. Aprendamos todos a ser humildes siendo humanos, siendo cercanos, siendo naturales, siendo amigos, siendo tú misma/o. En nombre de todos los que hemos disfrutado con esta lectura, me gustaría manifestar mi agradecimiento a quien le regaló el reproductor de CDs a fray Francisco, que le hace bailar mientras ora; a quien le mostró ese lugar maravilloso; a todos los que le han hecho vivir intensamente: a Chus, a María, a Mónica y a todos los personajes de este maravilloso libro, y a ti, Paco, por relatar con tanta sencillez los aspectos más complicados de esta vida, y por compartir con nosotros tus propias vivencias. Gracias por regalarnos esta «sabiduría de la humildad».
María Jesús Castro Gigirey