La sabiduría de los Salmos
Romano Guardini
El espíritu de los salmos
Los salmos forman un libro del Antiguo Testamento situado entre los escritos de los profetas y los libros sapienciales y que consta de ciento cincuenta poesías religiosas: textos litúrgicos, oraciones personales, meditaciones y poemas didácticos. Se los ha reunido a lo largo de un extenso período de tiempo. Los más antiguos fueron compuestos por el rey David, es decir, datan del paso del segundo al primer milenio antes de Cristo, mientras que los más recientes lo fueron en el tiempo de las luchas de los Macabeos, es decir, en el siglo II antes de Cristo.
Su extensión es muy variada. El gran salmo 118 contiene casi ciento ochenta versículos. Poco antes de él se encuentra el más breve, llamado «el punto del salterio», que consta de solo dos versículos.
También el contenido de los salmos es variado. Están los que dan gracias por peticiones que se han cumplido; otros rebosan de júbilo por la gloria del mundo divino; en otros, a su vez, se expresa la consciencia de una gran culpa. Algunos surgen de una dificultad inmediata, por ejemplo, del acoso por enemigos o de un golpe del destino que se ha sufrido. Otros, a su vez, tienen carácter meditativo, reflexionan sobre las obras de Dios en la naturaleza, o sobre el poder con el que ha conducido la historia de su pueblo, o sobre la sabiduría de su ley, que ordena la vida de los creyentes.
Así pues, reina en los salmos una gran variedad, pero todo está unido por algo común. En primer lugar, por el simple hecho de la tradición, que siempre los ha visto como una unidad. Después, por tratarse de oraciones: son palabras que brotan de un corazón creyente y que ponen en presencia de Dios las cosas que acontecen en la vida.
De ese modo, los salmos han desempeñado también un papel de gran importancia en la historia de la piedad cristiana. Ellos forman la materia básica de la oración de la Iglesia. La liturgia está totalmente impregnada de textos del salterio. Los salmos se esconden también detrás de muchos himnos espirituales, y palabras suyas aparecen tanto en el anuncio cristiano como en el habla cotidiana, etc.
Nos preguntamos, pues: ¿qué significan los salmos para nosotros, para nuestra vida?
Se ha dicho que son poesías maravillosas: que la belleza de su lenguaje, la fuerza de sus imágenes, operan aquella elevación del corazón que solo puede suscitar el arte de gran nivel. Es verdad, pero solo hasta cierto punto. Sin duda existen entre los salmos piezas magníficas: pensemos, por ejemplo, en el gran salmo de la creación, el 103; o en el salmo 50, el Miserere, surgido de la consciencia de una profunda culpa. Pero hay también otros salmos, que, desde el punto de vista poético, poseen solo mediano valor. E incluso hay salmos de nivel simplemente artesanal. Esto hay que poder decirlo, y se lo puede decir con tanto mayor facilidad en cuanto la verdadera importancia de los salmos no estriba en su calidad literaria, como tampoco la importancia de las cartas paulinas estriba en que se exprese en ellas una personalidad tan fuerte, o la del Evangelio de Juan en que se eleve a alturas metafísicas. Antes bien, los salmos son palabra de Dios; palabra que él pronuncia en la medida en que un hombre poseído por él dice su propia palabra humana. De ese modo son revelación que conduce a la salvación.
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