La santa virginidad
San Agustín
Prólogo
Hace poco di a la luz pública una obra titulada La bondad del matrimonio. Como en ésta, también en ella aconsejé y exhorté a los hombres y mujeres que han abrazado la virginidad por Cristo a no despreciar, comparándolos con la excelencia del don mayor que ellos han recibido de Dios, a quienes en el pueblo de Dios han optado por la paternidad y maternidad. Y, a fin de que no se enorgullezcan en su condición de acebuche injertado, tampoco han de despreciar a aquellos a los que el Apóstol encarece porque son el olivo. Dado que ellos servían a Cristo, (entonces) aún futuro, también mediante la procreación de hijos, no los han de considerar inferiores en mérito porque, conforme al derecho divino, la continencia se anteponga al matrimonio y la virginidad consagrada a la vida conyugal. En ellos, en efecto, se preparaban y alumbraban realidades futuras que ahora vemos cumplirse de forma maravillosa y eficaz. De tales realidades fue anuncio profético incluso su vida conyugal. Tal es la razón por la que, no en conformidad con los acostumbrados deseos y gozos humanos, sino según un muy arcano plan de Dios, en algunos de ellos fue digna de ser honrada la fecundidad y en otros hasta mereció volverse fecunda su esterilidad. Por otra parte, a quienes en el tiempo presente se dijo: Si no pueden guardar la continencia, cásense, se les ha de consolar más que exhortar. En cambio, a quienes se dijo: Quien pueda abrazarla, que la abrace, hay que exhortarles a que no tengan miedo e infundirles temor para que no se enorgullezcan. Así pues, no sólo hay que ensalzar la virginidad para estimular el amor a ella; también hay que ponerla sobre aviso para que no se envanezca.
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