José Luis Illanes
PRÓLOGO
El 26 de junio de 1971 falleció en Roma Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei. Los despachos de agencia que difundieron la noticia subrayaron su fama de santidad, la importancia de su figura y el surco que había abierto en la historia de la Iglesia. Unos meses más tarde, en septiembre del mismo año, se reunieron en Roma socios del Opus Dei, provenientes de todas las partes del mundo, para elegir al nuevo Presidente General. La elección recayó, por unanimidad, en el más íntimo colaborador del Fundador de la Obra: D. Álvaro del Portillo y Diez de Sollano. En sus primeras declaraciones a la prensa, inmediatamente después de la elección, don Álvaro del Portillo recordó que el espíritu del Opus Dei enseña “a vivir todas las realidades humanas nobles, a tratar todas las cosas de la tierra que los hombres aman limpia y rectamente, con sentido cristiano, de cara a Dios”, y proclama que “la familia, el trabajo profesional, los derechos y deberes propios de la vida social, en una palabra, todo lo que forma parte de la vida ordinaria de la persona, puede ser santificado”. En junio de 1976, en un artículo publicado con ocasión del primer aniversario del fallecimiento de Mons. Escrivá de Balaguer, se refería de nuevo a la llamada universal a la santidad, a la santificación del trabajo, a la consideración del matrimonio como vocación cristiana…, poniendo de manifiesto que su aportación en todos esos campos hacía de Mons. Escrivá de Balaguer “una de las grandes figuras precursoras del Concilio Vaticano II” .
Numerosas personalidades eclesiásticas han pronunciado o escrito palabras muy parecidas. Entre esos testimonios, sobresale uno: las palabras pronunciadas por Juan Pablo II el 19 de agosto de 1979 en la homilía durante una Misa celebrada para un numeroso grupo de socios del Opus Dei. “Vuestra institución –dijo el Pontífice– tiene como finalidad la santificación de la vida permaneciendo en el mundo, en el propio puesto de trabajo y de profesión: vivir el Evangelio en el mundo, viviendo ciertamente inmersos en el mundo, pero para transformarlo y redimirlo con el propio amor a Cristo. Realmente es un gran ideal el vuestro, que desde los comienzos se ha anticipado a esa teología del laicado, que caracterizó después a la Iglesia del Concilio y del postconcilio”.
Un año antes, el 25 de junio de 1978, el Cardenal Albino Luciani, poco después Juan Pablo I, publicaba un artículo, en el que, bajo el título “Buscando a Dios en el trabajo cotidiano”, glosaba algunos rasgos de la espiritualidad del Opus Dei, mostrando su importancia histórica por medio de la comparación con uno de los grandes santos de la época moderna: San Francisco de Sales, bien conocido por su preocupación pastoral de cara al cristiano corriente, entregado a las tareas seculares. “Escrivá de Balaguer –escribía el entonces Patriarca de Venecia– supera en muchos aspectos a Francisco de Sales. Éste, también propugna la santidad para todos, pero parece enseñar solamente una espiritualidad de los laicos, mientras Escrivá quiere una espiritualidad laical. Es decir, Francisco sugiere casi siempre a los laicos los mismos medios practicados por los religiosos con las adaptaciones oportunas. Escrivá es más radical: habla de materializar –en buen sentido– la santificación. Para él, es el mismo trabajo material, lo que debe transformarse en oración y santidad”.
Para no alargar la lista, limitémonos a un último texto: del Cardenal Sebastiano Baggio, actual prefecto de la Sagrada Congregación para los Obispos, y conocedor del Fundador del Opus Dei desde el año mismo en que Mons. Escrivá de Balaguer fijó su residencia en Roma, es decir desde 1946. “Es evidente –escribe– que la vida, la obra y el mensaje del Fundador del Opus Dei constituyen en la historia de la espiritualidad cristiana un viraje, o, más exactamente, un capítulo nuevo y original, si consideramos esa historia –y así debe ser– como un camino rectilíneo bajo la guía del Espíritu Santo”. A lo largo de la historia de la Iglesia –comenta–, no han faltado predicadores o directores de almas que han invitado a todos los hombres, cualquiera que fuera su situación en la vida, a seguir a fondo el camino de Cristo, pero –añade– “lo que continúa siendo revolucionario en el mensaje espiritual de Mons. Escrivá de Balaguer es la manera práctica de orientar hacia la santidad cristiana a hombres y mujeres de toda condición, en una palabra: al hombre de la calle (…). Ese modo de concretar, en la práctica, el mensaje al que acabamos de referirnos se basa –continúa– en tres novedades características de la espiritualidad del Opus Dei: 1) los seglares no deben abandonar ni despreciar el mundo, sino quedarse dentro, amando y compartiendo la vida de sus conciudadanos; 2) quedándose en el mundo, deben saber descubrir el valor sobrenatural de todas las normales circunstancias de su vida, incluidas las más prosaicas y materiales; 3) en consecuencia, el trabajo cotidiano –es decir, el que ocupa la mayor parte del tiempo y caracteriza la personalidad de la mayoría de las personas– es lo primero que han de santificar y el primer instrumento de su apostolado”.