Padre Ángel Peña Benito
INTRODUCCIÓN
Vivimos unos tiempos en que el materialismo y el racionalismo dominan por doquier. Para muchos de nuestros contemporáneos sólo existe lo que se puede ver, tocar o medir. Son materialistas a ultranza, no aceptan las realidades espirituales. Quizás, como mucho, puedan aceptar la existencia de un Dios Creador y poco más, pero un Dios lejano y distante de la vida de los hombres. Para ellos, hablar de ángeles o demonios es algo irreal. Todo lo que sucede se debe a causas meramente naturales y no debemos pensar en causas sobrenaturales o influencias del “más allá”. Hay que ser “razonables” y buscar la razón y el porqué de todas las cosas, buscando solamente en médicos y científicos la solución a los problemas.
Para estos “inteligentes”, las imágenes religiosas, las bendiciones u oraciones son inútiles y el diablo simplemente no existe. Sin embargo, todos los santos, que han sido profundamente espirituales y han experimentado el poder del maligno, nos hablan de él, de su influencia nefasta a todo nivel y de cómo defendernos. Seamos cuerdos y no neguemos fácilmente algo que no hemos podido constatar personalmente. La Biblia nos habla del maligno y lo mismo la Iglesia con su autoridad y experiencia de siglos. Además, hay muchos que lo siguen como a un dios y lo adoran, cayendo en la aberración más grande de un ser humano, creado para amar, pero decidido a odiar por propia voluntad hasta en el infierno por toda la eternidad.
Por eso, porque existe el diablo y quiere nuestra ruina temporal y eterna, nuestra vida es una lucha constante contra él. Nadie está exento de esta lucha difícil, pero la victoria está asegurada, si acudimos sin cesar a la ayuda de Dios. “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom 8,31).