Las formas espirituales de la afectividad
Dietrich von Hildebrand
Hay ciertas tesis generales que nunca se han demostrado y que tampoco son en modo alguno evidentes, pero que desgraciadamente perduran sin embargo en la historia de la filosofía como si fueran por supuesto verdaderas. Así ocurre, por ejemplo, en época reciente con la idea de que lo situado más bajo metafísicamente es más sólido y más seguro epistemológicamente que la esfera metafísicamente superior. Cuando se habla de instintos a hombres de esa mentalidad, estos tienen la impresión de que se está en un terreno real y firme; la realidad de un acto espiritual les parece a muchos, por el contrario, ya más dudosa. Se propende a reducir en lo posible los procesos espirituales a cosas mecánicas tan relativas como las asociaciones y se cree que se es entonces más sólido.
Un prejuicio semejante es asimismo la idea de la no espiritualidad de toda la esfera afectiva, la limitación del ámbito espiritual del hombre al entendimiento y la voluntad.
Esta tendencia está fuertemente dada en el mundo oriental; por ejemplo, en el hinduismo y el budismo. En nuestra filosofía occidental es una herencia del intelectualismo griego.
No siendo de ningún modo evidente ni demostrada, ha sido siempre sin embargo tácita o no tácitamente presupuesta. Un análisis libre de prejuicios de la esencia de un verdadero amor, de un noble gozo, de un profundo arrepentimiento, muestra por el contrario, sin embargo, que estos actos poseen todos los indicios de lo específicamente espiritual.
Esta idea de la no espiritualidad de la esfera afectiva procede en gran medida de que la afectividad se hace de antemano equivalente a los tipos más bajos de sentimientos (como la irritación o ciertos estados de angustia). Muy a menudo se ve en los sentimientos inferiores la causa exemplaris (el paradigma) de los sentimientos en general e, incluso, la causa exemplaris de toda la afectividad. Tales sentimientos inferiores no son, desde luego, espirituales. Hay en esto un claro error, pues los sentimientos superiores, las respuestas afectivas, como el amor, son radicalmente distintos de esos sentimientos inferiores no espirituales. Equiparar unos a otros sería una falta semejante a la de considerar a una asociación sin sentido, como las que se presentan poco antes de dormirse, en las que una imagen acarrea otra, como causa exemplaris de la esfera intelectual y no se advirtiese con ello el abismo que separa a una asociación así de una decisión o una profunda evidencia. La diferencia dentro de la esfera afectiva es tan grande que el término de «sentimiento» solo es totalmente análogo; en cuanto se le usa como unívoco se vuelve inmediatamente equívoco.
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