P. Hugo Estrada
EL APOCALIPSIS, UN LIBRO ARRINCONADO
Son muchos los que le tienen “miedo” al Apocalipsis. Y, tal vez, les asista la razón, porque, frecuentemente, han oído hablar de él como de un libro de terror, poblado de dificultades, al que sólo pueden tener acceso los especialistas en la Biblia. El Apocalipsis es uno de los libros que menos se comentan en nuestra Iglesia ante el pueblo, por eso mismo, el pueblo tiene ideas muy vagas y hasta fantasiosas acerca de este libro con el que se cierra la Biblia.
Cuando Jesús proporcionó las revelaciones del Apocalipsis a san Juan, su intención era que todos conocieran este libro. Por eso, expresamente, le ordenó a Juan que “no lo sellara” (Ap 22, 10), es decir, que lo difundiera ampliamente. Jesús quería que todos los cristianos se empaparan del mensaje del Apocalipsis, un libro de consolación y de esperanza. En esa época, la Iglesia era perseguida con saña por los emperadores romanos, que no aceptaban que los cristianos no se doblegaran ante ellos para adorarlos como si fueran dioses. Las fuerzas diabólicas, encarnadas en los perseguidores romanos, parecían triunfar; muchos cristianos se encontraban desalentados, pues, la anunciada “segunda venida de Jesús”, nunca llegaba. Además, temían que la Iglesia desapareciera de un momento a otro. A todo esto se añadían las primeras herejías que comenzaban a introducirse en la Iglesia por medio de los falsos profetas. Es en este momento crítico, cuando Jesús, en visiones, le entrega a san Juan las revelaciones del Apocalipsis, que son un mensaje de aliento y de esperanza.
La teología del Apocalipsis podría resumirse de la manera siguiente: Por encima de todo, de las fuerzas maléficas, que pretenden destruir el reino de Dios, está el plan de Dios que se cumplirá al pie de la letra. Dios va empujando la historia del mundo para que todo culmine en un “cielo nuevo y una tierra nueva”. Privarse de vivir según este mensaje del Apocalipsis es exponerse al “pesimismo”, que lleva a ser vencidos por las fuerzas demoníacas que cobran fuerza, sobre todo, en determinadas épocas de la historia.
El mensaje de esperanza del Apocalipsis está presentado en “clave”. San Juan tenía que hablarles a las comunidades cristianas de tal manera que sólo ellos comprendieran y que los perseguidores –el imperio romano– no lograran penetrar en estas revelaciones, que eran del todo contrarias a la mentalidad pagana. San Juan empleó un lenguaje, cargado de símbolos, de figuras, de visiones, de alegorías, de números misteriosos. Los cristianos del primer siglo, acostumbrados al lenguaje similar de los profetas, sobre todo, de Daniel, Ezequiel e Isaías, captaban lo que san Juan les quería compartir acerca de sus visiones.