Llamados a una vida nueva
Vicente Borragán Mata
Introducción
La mayoría de nosotros somos cristianos desde niños, pero, ¿cómo vivimos nuestra relación con el Señor? ¿Quién ocupa el primer lugar en nuestras preferencias? ¿Qué es lo capital, es decir, lo que nos trae de cabeza? ¿Qué es, ahora mismo, lo más importante de nuestra vida? ¿Qué es lo que más valoramos? ¿Qué es aquello a lo que no renunciaríamos por nada del mundo? ¿La salud, la familia, el trabajo, la posición social, el bienestar, el dinero, el pasarlo bien? ¿Dejamos alguna rendija por donde infiltrarse en nosotros? ¿Estamos tan contentos de ser como somos? ¿No sentimos la necesidad de vivir una vida nueva y mejor? ¿No nos hace estremecer esa voz misteriosa que nos llama en lo más profundo de nuestro ser? ¿Qué nos ha pasado a la mayoría de los cristianos? ¿Por qué más del ochenta por ciento ha abandonado toda práctica religiosa? ¿Ya no atrae a nadie el Resucitado? ¿Ya no nos dice nada su triunfo sobre la muerte? ¿Nos hemos resignado a vivir y a morir sin esperanza alguna? ¿No habrá posibilidad de vivir una vida nueva y mejor?
Muchos de nosotros hemos vivido en un ambiente donde el cristianismo ha tenido un cierto influjo. Pero la cultura cristiana no es el cristianismo. Hace unos años, Fernando Fernán Gómez decía algo parecido a esto en unas declaraciones: «No percibo que haya cristianos cerca de mí. No veo que haya muchos que crean y que sigan en verdad a Jesús. Veo a hombres que van a la iglesia, que practican algunos ritos y que cumplen algunas normas, pero nada más». La mayoría de los bautizados viven ajenos a toda práctica religiosa, alejados de Aquel que puede dar un sentido pleno a su vida. El enemigo está dentro, disfrazado de indiferencia, de ignorancia, de desgana o de apatía. Pero incluso los que se mantienen en contacto con la Iglesia viven su vida cristiana únicamente en lo que se refiere a la misa y a la práctica de los sacramentos, más que en lo que se refiere a Jesús. Cumplen una serie de ritos religiosos y con eso se dan por satisfechos. Pero Jesús no es el eje en torno al cual gira su existencia. Muchos no saben ni quién es ni lo que ha hecho por nosotros, ni qué es la gracia ni los sacramentos, ni la oración ni la entrega a los demás, sino que viven encerrados en su mundo, ajenos casi por completo a Dios. ¿Qué tendrá que hacer el Señor para despertarlos del letargo en que viven?
Santa Catalina de Siena escribió un día una carta a un cardenal de su tiempo y en ella le decía que sobre el cuerpo de la santa Iglesia habría que emitir «un bramido tal» que despertara a todos los hijos que yacen muertos dentro de ella. Según la creencia popular de su tiempo, el león tenía el poder de resucitar con un rugido poderoso a los leoncillos que habían nacido muertos. ¿Qué bramido tendría que dar el Señor para sacar a tantos hombres de su apatía y de su lejanía? ¿Qué palabra podría conmoverlos hasta los cimientos mismos de su ser? ¿Perdón, amor, gracia, salvación, eternidad, vida sin fin? Sí, todas juntas, una tras otra y, por encima de todas, su Palabra hecha carne, Jesús, Señor y Salvador.
Pero mis ojos se dirigen también a esa legión de hombres y mujeres (sacerdotes, monjes, religiosos, religiosas y fieles laicos) que se esfuerzan por conquistar la perfección y conseguir su salvación a base de obras y de méritos, de ascesis y de renuncias. Seguramente el Señor los mira con una misericordia infinita, pero habría que obligarles a hacer un alto en su camino. Porque en el mundo sobrenatural en el que nos movemos, el hombre no puede conseguir nada con sus esfuerzos, sino que todo es regalado gratuitamente. Hemos querido comprar la gracia y la santidad a base de méritos y de obras humanas, pero esa perfección no se consigue a base de ascesis ni de renuncias, sino por pura gratuidad. En la vida cristiana el don precede a la exigencia, la gracia al esfuerzo humano, la obra de Dios a las obras del hombre. Antes de que nosotros podamos hacer nada por él, él ya lo ha hecho todo por nosotros. Entonces, ¿qué bramido debería dar el Señor a esos hombres generosos y entregados para pararles en su camino y orientarles definitivamente hacia Él? ¿Qué palabra sería esa? Una palabra que agarra al alma por entero: gratuidad. Todo es gracia derramada, gracia inmerecida.
Todos estamos llamados a vivir una vida nueva. De los escombros del hombre antiguo tiene que nacer un hombre nuevo. Pero, ¿es posible recomenzar después de haber vivido tan alejados del Señor? ¿Es posible enderezar el camino por el que hemos marchado? ¿Es posible encontrar a alguien que nos acompañe y nos anime, un grupo o una comunidad con la que hacer camino en esa marcha hacia la tierra de la promesa? Sí, lo hay. Entre los numerosos movimientos que han surgido en la Iglesia después del concilio Vaticano II aparece una flor callada y humilde que, sin hacer mucho ruido, está transformando la vida de millones de hombres y mujeres de nuestros días. Se trata de una corriente de gracia que conocemos con el nombre de Renovación Carismática, que está pasando como un vendaval sobre esta inmensa llanura del mundo, llena de huesos calcinados y resecos, inundándolo todo de vida. Estas páginas son una sencilla introducción a esa nueva vida en el Espíritu, vivida en el amor de Dios, bajo el señorío de Jesús y la guía del Espíritu Santo, en la acción de gracias, en la alabanza y en la gratuidad. Sólo el Señor puede llevarnos de lo bueno a lo mejor, y de lo mejor a lo sublime. Si quieres vivir una vida nueva, ven, que te esperamos.
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