Matilde Eugenia Pérez Tamayo
PRESENTACIÓN
Sin lugar a dudas, un elemento importante de nuestra fe cristiana, católica, es la devoción a María, Madre de Jesús, y también Madre espiritual de todos los que creemos en él. Ella nos ofrece consuelo, apoyo y esperanza en el duro bregar de cada día.
La Iglesia, familia de Dios, a la que pertenecemos por el Bautismo, nos invita hoy, en el tercer milenio de su historia, a todos los creyentes, a revisar nuestra relación particular con María, desde su misma raíz, para que, iluminados con la luz del Espíritu Santo, la renovemos, haciéndola más sincera, más fervorosa, y más profunda.
Nuestra devoción a María debe constituirse en un elemento revitalizador de nuestra fe y de nuestro amor a Dios, de nuestro seguimiento coherente y fiel de Jesús, y de nuestro amor y servicio a los demás, por amor a Dios.
María tiene que llegar a ser para nosotros, lo que Dios Padre quiso que fuera cuando la escogió como Madre de su Hijo; lo que quiso Jesús cuando en el Calvario nos la entregó como Madre, en la persona de Juan, su discípulo: testigo fiel del amor que Dios Padre siente por cada hombre y cada mujer, testigo del amor de Jesús y de su mensaje de salvación, compañera en el camino, guía, modelo y protectora en nuestra lucha constante contra el mal y el pecado que nos destruyen.
La verdadera piedad mariana nos debe llevar a redescubrir a María como creatura de Dios, mujer de carne y hueso, semejante en todo a nosotros. Frágil y limitada por su condición humana, pero enriquecida con la gracia de Dios que hace cosas maravillosas en quien sabe recibirlo y acogerlo en el corazón.
Redescubrirla como la Inmaculada, la llena de gracia, la creatura sin pecado, que se entregó a Dios para servirle con humildad, la insigne colaboradora en la tarea de la redención del mundo y de los hombres. La primera discípula y seguidora de Jesús.
Redescubrirla como la mujer sencilla, buena, generosa, alegre, acogedora, sensible, compasiva, amorosa y tierna, que puso su vida entera en las manos de Dios y le abrió su corazón para que Él hiciera maravillas en ella y por ella.
Redescubrirla como Madre y modelo de la Iglesia, familia de Dios, de la cual formamos parte integrante.
Redescubrir a María para amarla más; para entender mejor el mensaje que ella nos transmite con su vida; para empeñarnos cada vez con más fuerza en hacer todo lo que esté a nuestro alcance para parecernos a ella en su amor, en su fidelidad y en su entrega a Dios.
Conocer a María y acercarnos a ella, a su ser, a su vida, nos permitirá encontrarnos cara a cara con Jesús, y entregarnos definitivamente a él, y en él a Dios Padre que nos ama infinitamente.
A esto, precisamente, apunta el libro que tienes en tus manos, querido lector.