Los caminos del corazón
Javier Melloni Ribas
INTRODUCCION
Nada nos pertenece. El hombre es sólo un eslabón en medio de la sucesión de generaciones innumerables. Cada hombre y cada generación tienen por tarea recibir la herencia de los que les han precedido y transmitirla a los que les suceden. Pero en este relevo se produce una transformación, que es la aportación específica, la huella de cada hombre y de cada generación que actúa en el presente.
La herencia que nos va a ocupar aquí es la Filocalia de los Padres Vigilantes, llamada también la Gran Filocalia. Hasta el presente, el público de habla hispana sólo ha tenido vagas noticias de ella gracias a los Relatos de un peregrino ruso, donde aparece como el único equipaje que el peregrino, junto con la Biblia, se permite llevar consigo. Por eso esta misteriosa palabra, filocalia, resonará en la memoria de algunos. Es posible que otros conozcan una pequeña obra titulada La Filocalia de la oración de Jesús. Hay que saber que se trata tan sólo de una pequeña selección de textos de la Gran Filocalia, elegidos a partir de un interés preciso: la técnica de la oración del corazón. La Gran Filocalia es mucho más extensa y trata de muchos más aspectos de la vida espiritual. Es un precioso legado en el que, en unas 2.500 páginas, se recogen más de mil años de la experiencia espiritual de los monjes de la Iglesia de Oriente.
La palabra filocalia tiene varios significados. Traducida literalmente, significa «amor a la belleza» (filókalos), es decir, amor a Jesús, «esa Belleza divino-humana, divino-cósmica, de la que tienen sed los hombres de hoy»’. Pero filocalia también puede significar, más simplemente, «antología». Porque, ¿qué es una antología sino una selección de los textos más bellos? Es en este segundo sentido en el que la Iglesia Ortodoxa ha utilizado con frecuencia el término filocalia, para designar diferentes compilaciones de textos. Por ejemplo, san Basilio de Cesarea y san Gregorio de Nacianzo, en el siglo IV, compusieron una filocalia de las obras de Orígenes. Con ello consiguieron un doble objetivo: hacer más accesible sus inmensos escritos y eliminar los pasajes que habían sido objeto de sospecha.
La filocalia (antología) que nos ocupa aquí fue compuesta durante el siglo XVIII por san Macario, obispo de Corinto (1731-1805), y por san Nicodemo el Hagiorita (1749-1809), un monje del Monte Athos, los cuales, en un momento lleno de incertidumbres y de confusiones, quisieron dar a conocer las fuentes y recordar la herencia de su propia Tradición. Y para ello reunieron los escritos de más de treinta santos monjes.
La Filocalia se puede considerar como el legado espiritual de la Iglesia de Oriente. Y como tal va a ser presentado aquí: como una sola antorcha de fuego que ha ido pasando de mano en mano hasta llegar a nosotros. Como cristianos que somos, participamos en la misma carrera, «corriendo tras de Cristo, lanzándonos hacia adelante, tratando de alcanzarlo, porque nosotros mismos hemos sido alcanzados por él» (Flp 3,12). Pero, como occidentales que también somos, otro es el relevo que habitualmente hemos tenido entre las manos: otros son los nombres de nuestros santos, otro el contexto y el vocabulario de nuestra experiencia de Dios. No se trata de renunciar a la propia Tradición, sino de enriquecerse con una Tradición hermana que se ha mantenido en silencio hasta los últimos años en las orillas orientales del Mediterráneo.
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