Los comediantes
Graham Greene
Primera parte
CAPÍTULO I
1
Si pienso en los grises monumentos que conmemoran en Londres a generales ecuestres, héroes de las guerras coloniales y políticos de levita aún más profundamente olvidados, no encuentro motivo para burlarme de la modesta lápida que recuerda a Jones al final de la carretera internacional que no logró cruzar, en una tierra muy alejada de su patria, aunque hasta el día de la fecha no estoy del todo seguro del lugar —geográficamente hablando— en que está situada la patria de Jones. Al menos él pagó por su lápida —aunque no de buen grado— con su vida, mientras que los generales suelen regresar al hogar sanos y salvos y pagan —cuando lo hacen— con la sangre de sus hombres. En cuanto a los políticos… ¿quién ha de preocuparse lo bastante por los políticos para recordar con qué ideales se identificaron? El comercio libre es menos interesante que una guerra entre los ashanti, aunque las palomas londinenses no distinguen entre ambos. Exegi monumentum. Cada vez que mis absurdos negocios me llevan al norte, a Monte Cristi, y paso frente a la piedra, me enorgullece pensar que mi actuación contribuyó a erigirla.
En casi todas las vidas hay un punto —la mitad del trayecto— que pasa inadvertido. Ni Jones ni yo supimos cuándo se nos presentó, aunque como los pilotos de los viejos aviones anteriores a la era de la reacción la índole de nuestras carreras debió de aguzar nuestra perspicacia.
Lo cierto es que yo no advertí para nada el momento en que lo dejamos atrás, aquella sombría mañana de agosto, en la estela del Medea, un carguero de la Royal Netherlands Steamship Company que había partido de Filadelfia y Nueva York rumbo a Haití y Port-au-Prince. En ese período de mi vida aún consideraba con seriedad mi futuro, inclusive el futuro de mi hotel vacío y de un amor casi tan vacío como el hotel. Yo no creía tener nada que ver con Jones ni con Smith: eran sencillamente otros pasajeros del mismo barco y no tenía la menor idea de las pompes funèbres que me preparaban en las salas del señor Fernández. Si alguien me lo hubiera dicho, me habría reído, como me río ahora que las cosas han mejorado para mí.
El nivel del pink gin oscilaba en mi vaso a cada movimiento del barco, como si el vaso hubiera sido un instrumento para registrar el embate de las olas. De pronto, el señor Smith contestó con firmeza a Jones:
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