Los hizo varón y mujer
Miguel Ángel Fuentes
PRESENTACIÓN
El amor humano matrimonial es una de las maravillas salidas de las manos de Dios. Es la unión de un hombre y una mujer para alcanzar la santidad en este mundo y la vida eterna en el otro. Tal fue el plan de Dios al comienzo del mundo, como nos recuerda Jesucristo: Al principio el Creador los hizo varón y mujer… Ya no son dos sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre (Mt 19,4-5).
Los esposos se casan para salvarse mutuamente y realizar así el fin último de todo hombre y mujer. Dios te la destinó desde siempre. Tú la salvarás, ella irá contigo y te dará hijos, dice el ángel Rafael al joven Tobías hablándole de su futura esposa, Sara (Tob 6,18). Y el padre de ésta al entregársela en matrimonio le amonesta: Hoy Sara te es entregada conforme a las disposiciones del Libro de Moisés; entiende, pues, que Dios mismo te la entrega. Recibe a tu hermana, pues en adelante tú serás para ella un hermano, y ella, una hermana para ti. Que el Señor del Cielo los guíe por el buen camino esta misma noche, pues sus caminos son misericordia y paz (Tob 7,12). Por eso los dos jóvenes esposos, conforme a tan alto ideal del amor matrimonial, la noche de su boda oran a Dios, como nos recuerda el texto bíblico:
Tobías se levantó del lecho y le dijo: Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve. Ella se levantó y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo: ¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres, y bendito sea tu Nombre por todos los siglos de los siglos! Bendígante los cielos, y tu creación entera, por los siglos todos. Tú creaste a Adán, y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tú mismo dijiste: No es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él. Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad. Y dijeron a coro: Amén, amén (Tob 8,4-8).
Esta magnífica concepción del amor y del matrimonio debe brillar hoy más que nunca en los matrimonios, coronados por el sacramento cristiano. Especialmente en esta época de dudas e incertidumbres para novios y esposos, para padres e hijos, para hermanos y hermanas.
Los esposos, las familias, los matrimonios, están llamados en nuestro tiempo a dar un testimonio único ante un mundo que habla de amor pero no cree en el amor y ha olvidado cómo se ama. Hoy los esposos han de recordar al mundo el amor de Cristo hacia la Iglesia, hacia cada hombre y mujer que pisa los umbrales convulsionados de nuestro siglo.
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