Meditaciones sobre las Verdades Eternas y sobre la Pasión de N. S. Jesucristo
San Alfonso María de Ligorio
MÉTODO PARA MEDITAR
La oración mental, o meditación, es uno de los ejercicios más esenciales de la vida cristiana; pues consistiendo nuestro único fin en amar a Dios, esta oración es mística hoguera en que las almas se encienden en el amor divino, según lo atestigua el Salmista (Ps. XXXVI 4) .
La experiencia enseña que las almas que se dedican a la oración mental difícilmente caen en culpas graves; y si por desgracia caen alguna vez en ellas, insistiendo en la meditación, luego se arrepienten y vuelven a Dios; porque meditación y pecado mortal no pueden permanecer juntos largo tiempo en un alma. Muchos rezan el Rosario, el Oficio de la Virgen, ayunan, etc., y no obstante continúan en el pecado; pero el que medita, es imposible que continúe por mucho tiempo enemigo de Dios.
El lugar más acomodado para la meditación es la Iglesia; pero los que no pueden acudir a ella pueden hacerla en cualquier otro sitio donde se encuentre más quietud, y hasta en el campo y en el trabajo; pues el que busca a Dios, en todo lugar le encuentra.
Respecto al tiempo, el más a propósito es el de la mañana; pero si por las ocupaciones no fuera posible hacerla entonces, se hará en otra cualquier hora del día: lo que importa es no dejar de hacerla a una u otra hora.
El modo de hacer bien la oración mental es el siguiente: Se divide ésta en tres partes, que son I. Preparación. – II. Consideración. – III. Conclusión.
I. La Preparación contiene tres actos, que son: de fe en la presencia de Dios; de humildad en vista de la propia bajeza; de petición de la divina asistencia: hélos aquí: 1.° Dios mío, creo que estáis aquí presente, y os adoro desde el abismo de mi nada. – 2° Dios mío, debería yo estar ahora en el infierno por mis pecados, de los que me pesa por haberos ofendido a Vos; bondad infinita, y os suplico me perdonéis por vuestra misericordia. – 3.° Eterno Padre, por el amor de Jesús y de María, iluminadme en esta oración para que sea provechosa para mi alma.
Enseguida se reza un Ave María a la Santísima Virgen para implorar su asistencia y un – Gloria Patri a San José, al ángel custodio y a los santos abogados. Estos actos han de hacerse atenta pero brevemente, y luego se pasa a la
II. Consideración. – Para ésta es conveniente valerse del presente o de algún otro libro análogo. Adviértese que se ha de leer el punto despacio; después, dejando el libro, se repasará mentalmente lo que se ha leído deteniéndose en el pasaje que más llene y conmueva el alma. Dice San Francisco de Sales que en esto se debe seguir la prudente conducta de las abejas, que se paran en una flor hasta extraer toda la miel que hay en ella, y después pasan a otra. Quien no sepa leer, podrá hacer la meditación deteniéndose en considerar los novísimos, los beneficios de Dios, y mejor algún misterio de la Pasión de Jesucristo. Pero la mayor utilidad de la oración mental no consiste tanto en la consideración, como en sacar de ella diferentes afectos, propósitos y súplicas, que son los frutos principales de esta oración. Por lo tanto después de haber meditado algún punto, cuando el alma se sienta conmovida, es menester levantar el corazón a Dios por medio de actos de amor y de contricción; mezclando con éstos, breves y fervorosas súplicas, pidiendo a Dios la remisión de los pecados, el fervor, la perseverancia final, una dichosa muerte, la eterna bienaventuranza, y sobre todo el don de su santo amor.
Es además necesario, que en el transcurso de la oración, o al fin de ella se haga algún propósito no sólo en general sino también particular, v. gr., de precaverse con el mayor cuidado de algún defecto en que se ha caído con más frecuencia, de ejercitar con más ardor que antes alguna virtud, v. gr., de sufrir con más paciencia las molestias de tal o cual persona.
III. La Conclusión. – Se compone ésta de tres actos: 1.° Dar gracias a Dios por las inspiraciones recibidas en la meditación. 2.° Afirmarse en la resolución de observar fielmente los propósitos que se han hecho. 3.° Pedir al Eterno Padre, por los méritos de Jesús y de María, los auxilios oportunos para cumplirlos.
Antes de levantarse de la meditación, se tendrá cuidado de encomendar a Dios a las almas del Purgatorio, los Prelados de la Iglesia, la conversión de los pecadores, los parientes, amigos y bienhechores, rezando a este fin un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria Patri.
Por último, al levantarse de la oración mental es necesario que recojamos, dice San Francisco de Sales, un ramillete de flores para deleitarnos con su fragancia todo el día; esto es, que escojamos algún punto, sentimiento, o verdad que nos haya hecho más impresión para recordarlo en el transcurso de aquel día.
Ténganse además presentes las dos siguientes advertencias:
Ia. Si antes de la meditación el Espíritu Santo inspirase algún afecto, debe omitirse la consideración por entonces como advierte el mismo San Francisco de Sales; pues la consideración no sirve sino para excitar dichos afectos y por tanto conseguido el fin deben omitirse los medios.
La 2.a es, que si por la desolación o aridez del espíritu durante la meditación no pudiera hacerse otra cosa más, será bastante entonces repetir alguna petición o súplica, v. gr. “Señor, ayudadme: Señor, dadme vuestro santo amor”.
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