Mi hermano el Papa
Georg Ratzinger & Michael Haseman
Introducción
La idea de este libro nació en un lugar sumamente inusual: en el Santuario de Absam, no lejos de Innsbruck, en el Tirol. En él se venera una imagen de María que difiere mucho de, por ejemplo, la Virgen Negra de Cz^stochowa en Polonia, o la imagen de María «Consoladora de los afligidos» de Kevelaer, en Renania, Alemania, o de cualquier otra imagen milagrosa de la Santísima Virgen en alguno de los muchos lugares de peregrinación de la vieja Europa. En efecto, la imagen de Absam es la única del Viejo Mundo que, como la tilma de la Virgen de Guadalupe en México, reivindica para sí el «no haber sido creada por mano humana». Su origen, en cualquier caso, es un enigma al que la ciencia no ha encontrado todavía respuesta alguna. El 17 de enero de 1797, la joven campesina Rosina Bucher estaba dedicada a sus quehaceres, sentada junto a una ventana del salón, en la planta baja de su casa paterna, por la que penetraba el sol del atardecer. En ese momento -así lo señaló en las actas-, la miró a través del cristal de la ventana una mujer joven cuyo rostro no desapareció nunca más de él. A partir de ese momento quedó realmente grabada a fuego en el cristal a modo de un dibujo tosco, con la cabeza levemente inclinada hacia un lado, la boca cerrada y un pañuelo envolviéndole la cabeza. Su mirada seria, a la vez triste y esperanzada, llega profundamente al corazón del observador. Es como si mirara una vez más al interior de nuestro mundo desde la casa paterna del cielo.
Ahora bien, 1797 era un año difícil para la Iglesia. El viento fresco, a veces helado, de la Ilustración había soplado hacía ya tiempo hasta en la última aldea del Tirol; las tropas de Napoleón habían impuesto los valores de la Revolución francesa incluso con la fuerza de las armas, y llegaron hasta Roma y el papa. Así, la imagen milagrosa de Absam se enfrentó primeramente al escepticismo y el rechazo. Como en principio se creyó que se trataba de una pintura en vidrio, se estregó bien a fondo el cristal, a consecuencia de lo cual la imagen de María primero desapareció, para reaparecer después en todo su esplendor una vez que el cristal se había secado. Incluso los intentos de borrarla por abrasión o de eliminarla de forma permanente con ácido fracasaron por completo. De ese modo, terminadas las investigaciones, las autoridades episcopales cedieron y permitieron el traslado de la imagen de la ventana a la iglesia de St. Michael de Absam. Allí es venerada todavía hoy por muchísimos peregrinos, enmarcada en un suntuoso relicario de oro.
Todo un almacén de muestras de agradecimiento -por lo común, exvotos- de los peregrinos da testimonio de la eficacia con la que Nuestra Señora de Absam ha escuchado las oraciones. No obstante, Absam ha sido también un lugar muy querido para celebrar matrimonios: parejas de todo el Tirol han querido sellar su alianza matrimonial ante el rostro de la Santísima Virgen, aparecido de forma tan prodigiosa. Este fue también el caso de una pareja de Mühlbach, cerca de Oberaudorf, en Baviera, que contrajo matrimonio en Absam el 13 de julio de 1885: María Tauber-Peintner (1855-1930) y el panadero Isidor Rieger (1860-1912). «La novia está bien instruida en religión», anotó el párroco en el acta del examen nupcial, juicio inusual para una simple criada. Su hija Maria estaría ante el altar 35 años más tarde y, esta vez, la Santísima Virgen había arreglado en cierta medida personalmente el matrimonio. En todo caso, Maria y su esposo se habían conocido por medio de un anuncio matrimonial en el AL tottinger Uebfrauenbote, el periódico de Altótting, donde se encuentra el santuario mañano y el lugar de peregrinación más importante de Baviera. El aviso rezaba:
«Funcionario estatal de rango medio, soltero, católico, de 43 años, pasado intachable, oriundo del campo, busca casarse pronto con una joven católica buena y aseada que sepa cocinar y realizar todas las tareas domésticas, que tenga también conocimientos de costura y posea ajuar».
Era ya el segundo intento del oficial de policía Joseph Ratzinger de encontrar por fin una esposa. El primero, realizado en marzo de 1920, quedó, al parecer, sin resultados. Al segundo aviso, que apareció en julio de 1920, respondió Maria Peintner1. Debió de ser amor a primera vista. De todos modos, la pareja contrajo matrimonio cuatro meses más tarde, el 9 de noviembre de 1920, en Pleiskir-chen, cerca de Altótting. Trece meses más tarde, el 7 de diciembre de 1921, vino al mundo el primer vástago, una niña, que, por supuesto, fue bautizada con el nombre de María. El primer hijo varón, nacido el 15 de enero de 1924 también en Pleiskirchen, se llamaría Georg. Su hermano menor, que vio la luz en Marktl, cerca de Altótting, el 16 de abril de 1927, recibió el nombre de Joseph, como su padre. Exactamente 120 años después del casamiento de sus abuelos en Absam, el 19 de abril de 2005, los cardenales de la Iglesia católica eligieron a este Joseph Ratzinger el 265- sucesor del apóstol Pedro. A partir de ese momento se llamaría Benedicto XVI.
El papa bávaro acababa de celebrar sus cinco años de pontificado y había peregrinado para venerar la síndone de Turín, cuando aproveché mi regreso a Alemania para hacer una excursión hasta Absam. En el lugar donde había comenzado todo esperaba llegar hasta el fondo del misterio del primer alemán que accedía al solio de Pedro desde Adriano VI (1522-1523)2. Desde que en 2005, muy poco después de su elección, redactara junto con Yuliya Tkachova, para los participantes de la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, la semblanza biográfica titulada Benedetto!, me fascinaba la biografía del Papa y me preguntaba si podría reconocerse en él algo así como una predestinación. Así creció con los años mi deseo de entrevistar alguna vez in extenso a la persona de mayor confianza y más querida por él desde la infancia: su hermano Georg.
Georg Ratzinger, que hoy tiene 87 años, vive en Ra-tisbona y es para la ciudad catedralicia prácticamente una «leyenda viva». A fin de cuentas fue él quien, como maestro de capilla catedralicio de los mundialmente famosos Regensburger Domspatzen [los «gorriones de la catedral»], procuró a este coro de niños sus más grandes éxitos. Por esa razón no era en absoluto inusual que, antes del decisivo año de 2005, el cardenal Joseph Ratzinger se presentara a sí mismo como «el hermano menor del célebre director de coro». Pero, desde el cónclave, a Mons. Dr. Georg Ratzinger, nombrado ya «protonotario apostólico» por el papa Juan Pablo II, pese a sus impresionantes méritos personales, se lo considera en primer término «el hermano del Papa».
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