Gabriele Amorth
INTRODUCCION
Cuando el cardenal Hugo Poletti, vicario del Papa en la diócesis de Roma, me dio de improviso la facultad de exorcista, no pensaba a cuán inmenso mundo abría mi conocimiento y qué cantidad de personas acudirían a mi ministerio. Además el cargo que se me encomendó inicialmente fue como ayudante del P. Cándido Amantini, pasionista bien conocido por su experiencia de exorcista, que hacía acudir a la Scala Santa a necesitados de toda Italia y con frecuencia del extranjero. Esta fue para mí una gracia verdaderamente grande. Uno no llega a ser exorcista solo, sino con grandes dificultades y al precio de inevitables errores a costa de los fieles. Creo que el P. Cándido sea el único exorcista del mundo que cuente con 36 años de experiencia de tiempo completo. No podía tener un mejor maestro. Le agradezco la infinita paciencia con que me guió en este ministerio totalmente nuevo para mí.
También hice otro descubrimiento. Que en Italia eran muy pocos los exorcistas, y los muy preparados eran poquísimos. Peor aún es la situación en otras naciones; por eso tuve que bendecir a personas procedentes de Francia, Austria, Alemania, Suiza, España, Inglaterra, donde —según los solicitantes— no habían podido encontrar a un exorcista. ¿Descuido de los obispos y de los sacerdotes? ¿Auténtica incredulidad sobre la necesidad y la eficacia de este ministerio? En todo caso me sentía enviado a desarrollar un apostolado entre personas muy sufridas y no comprendidas por nadie: ni por los familiares, ni por los médicos, ni por los sacerdotes.
Hoy la pastoral en este sector está totalmente olvidada en el mundo católico. No era así en el pasado y debo reconocer que no es así en ninguna confesión de la reforma protestante, en donde los exorcismos se hacen con frecuencia y con fruto. Toda catedral debería tener su exorcista, como tiene su penitenciario; y tanto más numerosos deberían ser los exorcistas, cuanto más grande es la necesidad: en las parroquias más grandes, en los santuarios.
Al contrario, además de la escasez del número, los exorcistas son mal vistos, combatidos, sufren buscando hospitalidad para ejercer su ministerio. Se sabe que los endemoniados a veces gritan. Esto basta para que un superior religioso o un párroco no quiera exorcistas en sus comunidades: el vivir tranquilo, evitando todo gruñido, vale más que la caridad de curar a los poseídos. También el suscrito ha tenido que hacer su calvario, aunque mucho menos que otros exorcistas, más meritorios y más buscados. Es una reflexión que dirijo sobre todo a los obispos, que en nuestros tiempos tienen quizás escasa sensibilidad sobre este problema al no haber ejercido nunca este ministerio. Se trata, en cambio, de un ministerio confiado a ellos en exclusividad: sólo ellos pueden ejercerlo o nombrar exorcistas.
¿Cómo nació este libro? Del deseo de poner a disposición de cuantos están interesados en este tema el fruto de mucha experiencia, más del P. Cándido que mía. Mi intención es ofrecer un servicio en primer lugar a los exorcistas y a todos los sacerdotes. En efecto, como todo médico general debe estar en capacidad de indicar a sus pacientes cuál es el especialista a que deben eventualmente recurrir (un otorrino, un ortopedista, un neurólogo…), así todo sacerdote debe tener un mínimo de conocimientos para darse cuenta si una persona necesita dirigirse o no a un exorcista.
Añado un motivo más por el cual varios sacerdotes me han alentado a escribir este libro. El Ritual, entre las normas para los exorcistas, les recomienda estudiar “muchos documentos útiles de autores probados”. Pero cuando se buscan libros serios sobre este tema, se encuentra muy poco. Señalo tres. El libro El Diablo (Ed. San Pablo 1988) de monseñor Balducci, es útil para la parte teórica, pero no para la práctica, de la cual carece y contiene errores; el autor es un demonólogo, no un exorcista. El libro de un exorcista, P. I.ateo 1.a CJrua, l,a preghiera di liberazione (Ed. Herbita, Palermo, 1985), es un volumen escrito para los Grupos de Renovación, con la finalidad de guiar sus oraciones de liberación. Merece mención también el libro de Ren- /o Allegri, Cronista all’inferno (Ed. Mondadori 1990); no es un estudio sistemático, sino una colección de entrevistas dirigidas con extrema seriedad, que narran los casos límite, los más impresionantes, que podrán ser verdaderos, pero que no se refieren a la casuística ordinaria que debe afrontar un exorcista.