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Orar con el Evangelio de Juan

P. Antonio Danoz

PRESENTACIÓN

Dios es Palabra de vida

“En el pasado muchas veces y de muchas formas habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo” (Hb 1,1). Su Palabra se ha hecho tan real y viva, que plantó su tienda en nuestra humanidad y habitó entre nosotros (Jn 1,14).

En el documento sobre la Palabra de Dios, Vaticano II recuerda que “la Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo…; nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios” (DV 21).

Es necesario que florezca en todos “aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura”…, de suerte que la Sagrada Escritura se convierta realmente en la principal fuente de la oración cristiana” (Const “Laudis canticum” 8).

Lectura orante de la Palabra de Dios

Por otra parte, el Vaticano II indica que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración, para que se establezca un coloquio entre Dios y la persona humana, pues “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (DV 25). Por este motivo, el concilio “recomienda insistentemente a los fieles…la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo, pues desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo” (DV 25).

La Palabra de Dios ha de ser leída y escuchada. Pero también ha de ser orada, contemplada y asimilada. Con la ayuda del Espíritu Santo esta Palabra es acogida, interpretada con fidelidad, meditada, contemplada, transmitida a la Iglesia y al mundo.

Actitud del orante de la Palabra de Dios

No se trata de una palabra sobre Dios. Se trata de la Palabra de Dios. Concretamente, de la palabra que él nos ofrece en las Sagradas Escrituras.

Existen diversas formas de situarse ante la Palabra de Dios. La del erudito, que busca conocimientos; la del exegeta, que analiza el texto desde los ángulos lingüísticos, culturales, literarios, etc., para desentrañar su contenido; la del teólogo, que profundiza en el contenido del mensaje que encierran los textos; la del que se acerca a la Palabra de Dios como orante.

Todo lo anterior es sin duda útil para el que hace la “lectura orante de la Palabra de Dios”. Pero su actitud fundamental no es ésa. El lector orante se acerca a la Palabra de Dios desde la vida y para la vida. Como dice san Juan de la Cruz: “¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre”. Lo único que lo impulsa es la sed de beber de esta agua, para que él se convierta “en manantial que brota para la vida eterna” (Jn 4,14).

La Palabra de Dios es “lámpara que luce en lugar oscuro (2Pe 1,19); “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 119,105). “Toda luz de ella es venida”, de “esta agua todos se hartan”, sigue diciendo el místico doctor.


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