Orar y meditar con El Evangelio cada día
P. Antonio Danoz
PRESENTACIÓN
La vida del discípulo, como la de Jesús, transcurre en un diálogo permanente con el Padre del cielo, que nos habla de muchos modos, especialmente por medio de su Palabra. En este diálogo, la primera actitud del discípulo es la escucha. Contempla, medita, asimila su Palabra. A continuación, formula su respuesta. En palabras que salen de los labios, en obras que brotan de sus manos. Las obras hablan mejor que las palabras.
Una vez que ha escuchado, asimilado, hecho vida la Palabra en la oración, sale a anunciarla lleno de gozo. La escucha, la oración y la misión, forman una trilogía perfecta, inseparable. El discípulo es un “oyente” gozoso, un “orante” permanente, un “anunciante” infatigable.
Ésta es nuestra propuesta: ORAR CON EL EVANGELIO DE CADA DÍA. La liturgia nos invita a leer los cuatro evangelios, distribuyéndolos, día por día, durante todo el año. Siguiendo su ritmo, vamos a leer y contemplar, asimilar y a orar, esta Buena Noticia, que nos llega cada día como una invitación. No basta con leer, con estudiar, con contemplar: hay que orar el Evangelio. Escuchamos cuando oramos, y oramos cuando escuchamos al aire del Espíritu, la Palabra que Dios que nos dice de nuevo cada día.
La forma de utilizar el material es muy sencilla. Se empieza por la oración que ofrecemos o por otra parecida. Lectura del texto evangélico del día. A continuación se reflexiona sobre él con la ayuda del comentario que ofrecemos. Sigue un tiempo de meditación y contemplación en silencio. Se concluye con la oración del Padrenuestro y con la oración asignada a cada día.
“Buscad leyendo, encontraréis meditando, se os abrirá por la contemplación” (Guido el Cartujano). Se hará vida orando.
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