G. K. Chesterton
INTRODUCCIÓN
EN DEFENSA DE TODO LO DEMÁS
La única justificación posible para este libro, consiste en ser la respuesta a un desafío. Hasta un mal tirador se dignifica aceptando un duelo.
Cuando hace algún tiempo publiqué una serie de apresurados; pero sinceros ensayos bajo el título de “Heréticas”, algunos críticos por cuyas inteligencias siento caluroso respeto (puedo mencionar especialmente al señor G. S. Street), dijeron que estaba muy bien de mi parte sugerir a todos que probaran su teoría cósmica, pero que yo había evitado diligentemente confirmar mis consejos con el ejemplo. “Voy a comenzar a preocuparme por mi filosofía, (dijo el señor Street) cuando el señor Chesterton nos haya expuesto la suya”. Tal vez fue imprudente hacer tal indicación a una persona demasiado dispuesta a escribir libros por la provocación más leve. Pero después de todo, aunque el señor Street haya inspirado y provocado la creación de este libro, no tiene ninguna necesidad de leerlo.
Si lo lee, verá que en forma personal, en sus páginas he intentado dar testimonio de la filosofía en la cual he venido a creer, valiéndome de un conjunto de imágenes mentales más que de una serie de deducciones. No voy a llamarla “mi filosofía”, porque yo No la hice. Dios y la Humanidad la hicieron; y ella me hizo a mí.
Con frecuencia he sentido deseos de escribir una novela sobre un “yachtman” inglés que erró levemente su ruta y descubrió Inglaterra convencido de haber descubierto una nueva isla en los mares del Sur. No obstante, siempre me encontré demasiado perezoso o demasiado ocupado para escribir sobre ese refinado tema. Por consiguiente puedo postergar una vez más mi deseo, ahora por fines de ilustración filosófica.
Probablemente existirá la impresión general de que se sintió muy tonto el hombre que llegó a tierra (armado hasta los dientes y hablando por señas) para plantar la bandera inglesa sobre aquél templo bárbaro que resultó ser el Pabellón de Brighton. No me concierne a mí negar que parecía tonto. Pero si ustedes se imaginan que se sintió tonto, por lo menos que la sensación de tontera fue su única y dominante emoción, significa que no han estudiado con minuciosidad suficiente, la rica naturaleza romántica del héroe de este cuento. Su error fue en verdad un error muy envidiable. Y él lo sabía, si era el hombre que yo imagino.