Juan Huerta
Prefacio
Indigencia emocional (que no inteligencia emocional) es lo que ostenta, de manera recalcitrante, la gente que se empeña en no querer perdonar ni intenta reconciliarse con el mundo y sus circunstancias. Tal actitud es hondamente tóxica. Desde las páginas de este libro, mi propósito es comunicar las bondades del perdón humano en todos los contextos posibles: románticos, familiares, vecinales, académicos y laborales. Perdonar constituye un acto de liberación emocional que nos concita la salud fisiológica y espiritual. Todo ello lo desarrollaremos más adelante. Ahora, permítanme compartir con ustedes una minúscula aunque contundente anécdota que nos ejemplifica el portento del perdón.
Oscar creció escuchando que su vida era un fracaso, una sucesión de fracasos cotidianos, una historia de fracasos y decepciones. Su madre pronunciaba tales palabras a diario y, por ello, se fueron internalizando en las entrañas neuronales de Oscar, quien llegó a creer, a pies juntillas, que él era un fracaso, que él mismo encarnaba el fracaso, tal y como lo habían hecho, generación tras generación, todos y cada uno de los miembros de su desdichada familia. Aunque, así y todo, la familia “fracasada” lograba sobrevivir, reproducirse y poblar el planeta con su infortunio.
La religión de la familia de Oscar era el fracaso. El fracaso era su destino y su razón de ser, su leit motiv y su vocación existencial. La familia de Oscar no conocía ninguna otra cosa que el fracaso cotidiano y su regodeo en él. No se planteaban emprender cosas nuevas ni alternativas, pues ya conocían de antemano el resultado final: fracasar. Ya el fracaso ni siquiera lograba decepcionarlos ni ilusionarlos y ni siquiera sorprenderlos. El fracaso formaba parte integral de sus vidas. El fracaso imperaba en la memoria familiar y protagonizaba, de hecho, la historia familiar de Oscar. El apellido adoptivo de esa dinastía familiar era, precisamente, “Fracaso”. Todos ellos habían adoptado el fracaso como forma de vida y el fracaso, que es un demonio prolífico y proselitista, los había adoptado gustosamente a cada uno de ellos: primos, tíos, cuñados, yernos, abuelos, suegros, hermanos, etcétera.
El fracaso es un tumor existencial que se enquista en sus “usuarios” y se niega a ser extirpado con salvaje crueldad y alevosía. Pero la buena noticia es quee el fracaso no es irreversible. Oscar llegó a uno de mis talleres de crecimiento personal de una manera increíblemente azarosa que ahora llevaría muchas páginas relatar. Lo interesante es que llegó en el momento oportuno. Tremendamente escéptico y aparentemente inmune a cualquier ayuda externa, Oscar “se tragó” todo el contenido intensivo del taller y entró en ese shock imprescindible que nos conmueve desde adentro. De esta manera, consecuentemente, Oscar logró “monitorear” su propia vida y su historia familiar.
Oscar reaccionó de inmediato contra las palabras pronunciadas recalcitrantemente por su madre: “Oscar, eres un fracaso; Oscar, eres un fracasado; un bueno para nada; jamás vas a triunfar; nunca vas a lograr nada en tu vida; pobre de tu esposa y de tus hijos; ¡vaya miseria de vida que vas a tener!” Entonces Oscar culpabilizó a su madre por aquellas palabras que su progenitora repetía, ya que ella misma las había escuchado (y creído) de la boca de su madre y abuelos y tíos. Se trataba de un veneno familiar transmitido generacionalmente. Era el estigma existencial de aquel grupo familiar.
El fracaso se tornó en culpa y victimización. Aunque Oscar logró comprender el esquema reiterativo de su familia disfuncional. Y aprendió entonces a “des-victimizarse” y perdonar y perdonarse y conciliar y reconciliarse y sanar. A partir de ese momento, Oscar desterró el fracaso (y la percepción tóxica del fracaso) de su cotidianidad. Ahora Oscar intenta, esforzándose arduamente, rescatar a su familia de aquel estigma recalcitrante. De hecho, Oscar ha logrado que algunos de sus parientes siguieran nuestros talleres de crecimiento personal y debo confesar, con satisfacción irreprimible, que los resultados han sido auspiciosos. La historia de Oscar y su familia es un logro de redención.