Por obra del Espíritu Santo

José María Iraburu

Introducción

EL Espíritu Santo es la más ignorada de las tres Personas divinas. El Hijo se nos ha manifestado hecho hombre, y hemos visto su gloria (Jn 1,14). Y viéndole a Él, vemos al Padre (14,9). Pero ¿dónde y cómo se nos manifiesta el Espíritu Santo?

Por otra parte, la misión del Hijo es glorificar -manifestar y dar a amar- al Padre: «yo te he glorificado sobre la tierra» (17,4). Y la misión del Espíritu Santo es justamente la de glorificar al Hijo -darle a conocer y a amar por el ministerio de los apóstoles y de toda la Iglesia-: «él me glorificará» (16,14). Pero ¿quién se encarga de glorificar al Espíritu Santo?
Aquella ignorancia de los primeros cristianos efesios, «ni hemos oído nada del Espíritu Santo» (Hch 19,2), viene a ser ya una precaria tradición entre los cristianos hasta el día de hoy.

Es algo evidente, sin embargo, que la vida espiritual cristiana es la vida producida por el Espíritu Santo en los fieles de Cristo. Y que no podremos, por tanto, entenderla bien sino conociendo bien quién es el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, Dominum et vivificantem, y cómo es su continua acción en los cristianos.

Las primeras investigaciones de la teología se orientaron en seguida hacia el misterio de la Trinidad, y produjeron altísimas obras tanto en el Oriente como en el Occidente. Pensemos en los escritos de Ireneo (+200), Hilario (+367), Atanasio (+373), Basilio (+379), Agustín (354-430), etc.

Y la acción del Espíritu Santo en los cristianos, tema central de la espiritualidad antigua, halla su más precisa exposición, concretamente, en Santo Tomás de Aquino, cuando enseña su doctrina sobre los hábitos (STh I-II,49-54), las virtudes (ib. 55-67), y muy especialmente sobre los dones del Espíritu Santo (ib. 68). En su enseñanza, y en la que da directamente sobre el Espíritu Santo (I, 36-38) y la gracia (I-II, 109-113), hallamos la más profunda exposición teológica de la vida espiritual cristiana.

Con Santo Tomás, es preciso destacar en la doctrina de los dones del Espíritu Santo a otros tres grandes dominicos: el portugués Juan de Santo Tomás (1589-1644), el papa italiano León XIII (1810-1903), con su encíclica sobre el Espíritu Santo Divinum illud munus, y el español Juan González Arintero (1860-1928).

Ellos muestran, con otros muchos autores, que la vida espiritual cristiana alcanza su perfección sólamente cuando llega a ser mística, es decir, cuando en ella predomina el ejercicio habitual de los dones del Espíritu Santo. Esta doctrina teológica enseña claramente que, si todos los cristianos estamos llamados a la santidad, todos -sacerdotes, religiosos o laicos- estamos llamados a la vida mística. Y que la vida mística, por tanto, entra en el desarrollo normal de la vida cristiana de la gracia.


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