Pueblo mío, sal de Egipto
Carlo Maria Martini
Prólogo
El tema de estos Ejercicios impartidos por el arzobispo de Milán a su clero nace de la profunda y personal experiencia de ir haciendo vida, día tras día, su ministerio de pastor de la diócesis.
«Uno se hace pueblo a través de un proceso gradual, difícil y fatigoso, porque significa además morir a uno mismo; significa una ascesis, una purificación, una conversión»: así se expresa él mismo en la introducción.
Esta experiencia se confronta, a lo largo de las diez meditaciones, con la Palabra de Dios, especialmente mediante la reflexión sobre las figuras de Moisés y de Pedro:
Moisés, llamado por Dios a vivir y a caminar con y en el pueblo elegido a través de una expropiación cada vez más radical de sí mismo.
Pedro, llamado por Jesús a participar íntimamente en su misterio de amor al Padre, que lo lleva a morir por los «suyos».
«Vosotros, mi pueblo».
El arzobispo no lo dice dirigiéndose únicamente a los sacerdotes presentes en los ejercicios, sino a todos los sacerdotes de su diócesis, a cada uno de nosotros.
Esta exclamación repite el grito que, en la Escritura, el Señor dirige muchas veces a su pueblo, y es la expresión que todo sacerdote debería hacer suya.
«Vosotros, mi pueblo».
Representa la esencia de la vida sacerdotal como participación en el sacerdocio de Cristo; es el comienzo del ministerio y la meta a la que el pastor debe tender con todas sus fuerzas.
Todos los sacerdotes pueden confrontarse con estas reflexiones y descubrir en ellas de nuevo toda la belleza y la riqueza de su «ser para», de su «ser con». Pero son además una invitación dirigida a cada cristiano, que debe sentir a sus sacerdotes y a su obispo como los que caminan junto a él, llevando y compartiendo sus interrogantes, sus expectativas, sus esperanzas, sus desilusiones…, su vida entera.
Además, cada cristiano debe sentirse «con» los hermanos, sobre todo a nivel de corazón y de significado para su propia existencia, y luego a nivel de compromiso y de entrega recíproca.
En la experiencia vivida que el arzobispo ofrece a sus sacerdotes, y que tanto éstos como los cristianos laicos están igualmente llamados a vivir, desempeña un papel fundamental la Eucaristía. En efecto, la Eucaristía es la que a todos nos hace «uno», la que nos hace «pueblo».
En la Eucaristía, Jesús nos atrae a todos hacia sí para llevarnos al Padre; así es como nos hace «uno» ya en esta tierra.
Agradeciendo al arzobispo que, una vez más, haya querido ser nuestro maestro de vida y de fe cristiana, creemos que es de significativa importancia el hecho de que este volumen se publique en vísperas del Congreso Eucarístico Nacional, a cuya preparación ofrece sin duda una sustanciosa aportación.
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