Enrique Monasterio
Prólogo
San Josemaría Escrivá nos enseñó a hablar con Dios viviendo el Evangelio desde dentro, siendo «un personaje más» en cada escena de la vida del Señor.
Hace años, siguiendo ese consejo, me metí por las bravas en el portal de Belén y jugué a convertirme en estrella, en pastor, en ángel, en lavandera, en borrico…, y disfruté como un niño chico al comprobar lo sencillo y fecundo que resulta hablar con Dios dejando que el corazón y la fantasía trabajen juntos y el alma se explaye sin demasiadas ataduras.
Hoy vuelvo a las andadas. Los relatos que vienen a continuación siguen la misma lógica. Jesús, aquel Niño con el que jugamos en Belén, va a morir en una Cruz y es preciso acompañarle. Los actores de esta tragedia son muy diferentes a los del Portal. No hay pastores ni estrellas ni coros de ángeles cantores. Hay, sí, un borrico; quizá sea nieto de aquel «Moreno» que me inventé para ponerlo junto al pesebre. Tendré que pensarlo. Y estará María Santísima, siempre joven y hermosa, pero bañada en lágrimas.
Entre los demás personajes hay de todo: buenos y malos. Amigos de Jesús, como María Magdalena, los apóstoles, Simón de Cirene o José de Arimatea, y enemigos que buscan su desaparición de este mundo: Caifás, Judas, Pilato, Barrabás… No me ha resultado fácil prestarles la pluma para que también ellos relaten algo de la historia tal como la vieron.
Por lo demás, en estos relatos no hay otra cosa que la oración de su autor. Alguien opinó que debería titularlos «casicuentos a la sombra de la cruz». Quizá tengan algo de eso, pero no se trata de un ejercicio literario. Estas historias han nacido frente al Tabernáculo, donde la literatura siempre está de más. Al completar cada relato lo «colgaba» en mi blog para que madurara a la intemperie, sometido a los comentarios de mis lectores más fieles.
Al principio no pensé en recopilarlos, pero la idea fue tomando cuerpo poco a poco por la insistencia de mis editores y la valiosa colaboración de dos tenaces amigas: María José Rodríguez-Vilariño y Mar Jiménez.
Terminada la meditación de la Pasión, he incluido unos comentarios al Adoro te Devote, el conocido himno eucarístico que se atribuye a santo Tomás de Aquino. También vieron la luz por primera vez en el blog y comprobé entonces que ayudaban a rezar. Creo que son un colofón adecuado a la meditación de la Cruz.
Jesús, en la Eucaristía, rompe las barreras del espacio y del tiempo y vuelve a trasladarnos al Gólgota. Las llagas de la Pasión son, en el Sagrario, las cicatrices que proclaman su victoria.