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San Alejo (Ilustrado)

Andrés Codesal Martín

El Cielo le descubre

Era el año 414, y el papa San Inocencio I estaba celebran­do la Santa Misa en la Basílica Vaticana en presencia del em­perador Honorio. Asistían también muchos magnates y gran concurso de fieles. De improviso, una voz misteriosa que pare­ce salir del santuario, rompe la calma solemne del Santo Sacri­ficio:

-«Buscad al siervo de Dios: él rogará por Roma y el Señor le escuchará».

Como río de pólvora se extiende por la ciudad la noticia del portento. Se busca por todas partes al varón de Dios cuya existencia acaba de revelar el Cielo. Inútiles pesquisas. Vuelve el pueblo a reunirse en la Basílica suplicando al Señor que les de a conocer el paradero de su predilecto. Entonces, ante una multitud asombrada, habla de nuevo la celeste voz:

-«Mi fiel siervo está en el palacio del senador Eufemiano».

Al oír tales palabras, el emperador Honorio se vuelve al Senador y le reconviene diciendo:

-iCómo! ¿Lo tenéis vos escondido?

-Majestad, perdonadme, pero ignoro de quién se trata.

En esto, un lacayo se adelanta:

-Señor-dice a Eufemiano-, el varón exaltado por el Cielo a la cumbre de la santidad y de la gloria, ¿no será ese pobre ex­tranjero a quien vos dais generosa hospitalidad en vuestra casa? Es un hombre que comulga muy a menudo, reza mucho, ayuna, visita mucho las iglesias y sufre los malos tratos de la servidumbre no sólo con paciencia sino con alegría…

-¿De quién me habláis? Dilo pronto -replica el senador.

-Señor ese pobre hombre que duerme bajo la escalera. No­sotros lo llamamos idiota, vagabundo y comediante, pero para mi que es un santo.


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