San Antonio María Claret (Ilustrado)
P. José M. Girabal, C.M.F.
El pequeño Toñín
El día de Navidad del año 1807 las campanas de Sallent provincia de Barcelona tocaban alborozadas por el bautismo de un nuevo niño nacido dos días antes, era Antonio Claret. Su cuna se meció entre las aguas tranquilas del río Llobregat y el traqueteo de los telares de la fábrica que su padre tenía en casa.
Fueron once hermanitos, algunos de los cuales volaron pronto al Cielo. Sus padres eran muy buenos y educaron a sus hijos en el santo temor de Dios, infundiéndoles un tierno amor a la Virgen y a la santa Eucaristía.
A Antonio le gustaba mucho visitar con su hermana Rosa un santuario de la Virgen a unos cinco kilómetros llamado de Fusimanya. Los dos romeritos rezaban un rosario al ir, otros en la ermita y otro al volver.
—¿Sabes una cosa? —decía a su hermana— Que cuando estoy delante de su imagen, me parece que salen de ella unos hilos hasta el cielo, porque cuanto le pido me lo concede.
— ¡Qué cosas tienes, Antonio —decía ella riendo.
Con el niño Jesús del sagrario le pasaba una cosa muy curiosa. Estaba a lo mejor jugando con otros niños y oía una voz que salía del fondo de la iglesia que decía:
—Antonio, ven.
Y Antoñito los dejaba y se iba a la iglesia y se pasaba largos ratos hablando con Jesús. ¿Qué dirían?
Aquellos tiempos eran tiempos de guerra. Los franceses habían invadido España, y un día dijeron que venían a Sallent y como que habían incendiado algunos pueblos, la gente huía despavorida a los montes. Incluso los de la casa huyeron abandonando al abuelito que no podía seguir. Antoñito, como era muy bueno, se volvió a recogerlo y lo acompañó hasta ponerlo en lugar seguro. Al fin pasó el peligro y en casa volvió a arder el fuego del hogar y al final del día todos rezaban el rosario al amor de la lumbre y el padre explicaba bonitas historietas.
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