Patriarca de los cartujos
por un cartujo
El joven profesor
Bruno era muy joven cuando salió de su patria, Colonia, para ir a estudiar a Francia, donde había un famoso centro de formación en Reims.
Quería hacer los cursos del trivio, quatrivio y teología, propios de los futuros clérigos. Iba decidido a formarse muy bien.
En efecto, estudió con afán y fue un brillante alumno. Sobre todo le gustaba la Sagrada Escritura, Palabra de Dios. Ya maestro, el arzobispo lo nombró profesor y director de la Escuela de la catedral. Allí se reunían estudiantes de toda Francia y de Europa entera. Se hizo muy célebre por su magisterio y sus virtudes. Tuvo alumnos que luego serían dignidades de la Iglesia. Uno de ellos, Eudes de Chatillon, llegaría a ser el Papa Urbano II.
Todos le apreciaban por sus enseñanzas, sus consejos y su conducta.
Además era canónigo, del cabildo de la iglesia catedral. Como Reims era metrópoli eclesiástica, su prestigio creció en toda la región y lejos de ella.
Pero aquellos triunfos no acababan de llenar su corazón, “convencido de los falsos goces y de las perecederas riquezas de este mundo”.
“Mi alma —exclamaba— tiene sed del Dios fuerte y vivo. ¿Cuándo iré a ver el rostro de Dios?”