José María Román
INTRODUCCIÓN
Vicente de Paúl es uno de los santos más frecuentemente biografiados —hasta unas 1500 veces— por autores diferentes. No siempre la calidad corre pareja con la cantidad. Mucha de esa literatura es producción ocasional, destinada a la divulgación entre públicos de muy diversas exigencias. En rigor, grandes biografías de Vicente de Paúl ha habido cuatro —una por siglo— en los cuatrocientos años que nos separan de la fecha de su nacimiento.
1. La biografía del siglo XVIII fue publicada en 1664, a los cuatro años de la muerte de Vicente, por Luis Abelly, obispo de Rodez: La vie du vénérable serviteur de Dieu Vincent de Paul, instituteur et premier supérieur général de la Congrégation de la Mission (París, Florentin Lambert, 1664) 3 tomos (260, 480 y 372 págs.).
Luis Abelly (1604-1691) era un íntimo y viejo amigo de Vicente de Paúl, a quien conoció hacia 1633 y trató con asiduidad hasta 1660. A Vicente debió algunos importantes pasos de su carrera eclesiástica: su nombramiento para el cargo de vicario general de la diócesis de Bayona y para el de capellán-director del Hospital General de París. Era escritor fecundo y muy leído. Su Sacerdos christianus y su Medulla theologica tuvieron muchas ediciones a pesar de Boileau, que, jugando con el título de su obra más conocida, satirizaba al autor, calificándolo de «moelleux», es decir, pastoso, viscoso. Cuando, al morir Vicente de Paúl, los misioneros quisieron publicar una biografía de su fundador, recurrieron a este escritor amigo. Pusieron a su disposición una impresionante masa documental: la acumulada por el secretario del difunto, el hermano Beltrán Ducourneau, que formaba dos o tres grandes volúmenes; la reunida por otros misioneros, entre los que figuraban el P. Fournier y el hermano Robineau; la conseguida por el propio Abelly, quien hizo un viaje al pueblo natal de Vicente; la enviada por otro amigo y paisano de Vicente, el canónigo Saint Martin, y, en fin, las cartas originales del biografiado, mucho más numerosas que las que nosotros conservamos. Con todo ello, puesto en orden por uno de los misioneros, compuso Abelly su magna obra.
Es ésta una biografía edificante, de tono decididamente hagiográfico, pero radical y rabiosamente verídica. Los errores descubiertos en ella por la investigación posterior son fruto de lagunas o fallos en la documentación, nunca de un propósito deliberado. En conjunto, a pesar de su estilo melifluo, sigue siendo una fuente de primer orden para el conocimiento de San Vicente, sobre todo porque muchos documentos manejados por Abelly han desaparecido, conservándose sólo las transcripciones que él realizó. Quizá su defecto más grave sea la carencia del sentido del desarrollo biográfico. Para Abelly, Vicente de Paúl es siempre el mismo desde su nacimiento hasta su muerte.
A pesar de todo, Abelly permanece como la primera e indispensable referencia de toda nueva biografía. Mientras no se demuestre lo contrario, sus datos ofrecen la fiabilidad debida a un testigo directo de muchos de los acontecimientos que relata. Sus primeros lectores, que habían conocido en vida a Vicente de Paúl, la tacharon de nimia, reiterativa, empalagosa, pero no de falaz. Esto último sólo se atrevió a hacerlo un testigo ajeno a la familia, M. Barcos, y aún él limita la acusación a un tema, el de las relaciones de Vicente de Paúl con Saint Cyran, tío de M. Barcos, y el jansenismo. Abelly le contestó, probando que su documentación procedía totalmente de los archivos de la Congregación de la Misión y no de los jesuitas, como había pretendido M. Barcos.