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Sanados por el GRAN Milagro de la Eucaristía

Claudio de Castro

LA MISA DIARIA

A menudo medito en las cosas que me ocurren. He notado que cuando dejo la misa diaria, la vida se me hace más inquietante. Dejo de ver las cosas con claridad, me expongo a mayores peligros, para mi alma.

Últimamente he abandonado esa hermosa costumbre, habituarme a ser un sagrario vivo y llevar a Jesús a los demás.

Dejar que Dios habite en mí y yo en él.

Nos llenamos de pereza y de pronto un día dejamos de ir, luego otro y otro y cuando acordamos nos hemos convertido en personas dominicales.

Venía pensando en esto. Cuando dejo la comunión diaria, las tentaciones son más frecuentes, más intensas. Y caigo con mayor facilidad. Soy otro Claudio, el que no quiero ser.

Ya lo decía el buen Padre ángel: “Quien no ora no necesita diablo que lo tiente”. La Eucaristía es la más perfecta de las oraciones, la más enriquecedora, la que más llena el alma de gracias y consuelos.

Me propuse retornar a la misa diaria. Hoy fue mi primer nuevo día. Un nuevo acercamiento con Jesús Sacramentado.

Me pasaron dos cosas curiosas. Fui a una capilla pequeña, familiar. Llegué unos minutos tarde. La capilla estaba llenísima. El padre al verme entrar y mirar a todos lados, buscando donde sentarme, me dijo desde el altar: “Ven Claudio, siéntate a mi izquierda”.

Y yo pensaba: “Señor, ¿por qué me tienes tan cerca de ti?” Y sentía en el corazón esta respuesta: “porque te amo”.

Al terminar la misa una señora se me acercó y me dijo:
“He sentido en el corazón que debo decirte estas palabras: Toda persona que Evangelice y se dedique a seguir mi camino debe acercarse a la Eucaristía diaria”.

Así es Señor, volveré a verte todos los días.
Y estar contigo.

Y vivir en ti, por ti y para ti.


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