Santa Magdalena de Nagasaki
Padre Ángel Peña Benito. O.A.R.
INTRODUCCIÓN
En todas las épocas de la historia de la Iglesia ha habido persecuciones contra los católicos, que han producido millares de mártires. En los tres primeros siglos sólo en el imperio romano hubo más de 100.000 mártires, que dieron su vida por amor a Jesucristo.
En el Japón entre los siglos XVI y XIX hubo cerca de 30.000. Una verdadera gesta de fe, una maravilla de la gracia de Dios, ya que solamente Dios puede dar fortaleza para sufrir los más atroces tormentos como se dieron en Japón.
En el siglo III Tertuliano decía en su “Apologeticum ’’: Llegamos a ser más numerosos cuando somos segados, pues la sangre de los mártires es una verdadera semilla . San Agustín también insiste en la misma idea: En la medida que mueren los mártires, se ha multiplicado más y más la Iglesia entre todos los gentiles.
En el Japón a los pocos años de la evangelización eran ya 500.000 católicos en una población de 20 millones de habitantes. Pero la persecución fue tan inexorable que quedaron sin sacerdotes por más de 200 años y los cristianos fueron perseguidos sin piedad durante cuatro siglos. La hermosa cristiandad del siglo XVI y principios del XVII quedó reducida a unos 20.000, que aparecieron en 1865 y que habían vivido en la clandestinidad transmitiéndose la fe de padres a hijos. Realmente, un verdadero milagro de Dios.
Pero podemos preguntarnos, ¿por qué a pesar de tantos mártires, no ha florecido la Iglesia en el Japón? Es un misterio de Dios. Lo que sí podemos decir es que tantos martirios no fueron inútiles para la Iglesia. Dios sabrá a quién han beneficiado o beneficiaran, dónde y cuándo. Es uno de los secretos de Dios en la historia. Nosotros sólo podemos renovar nuestra fe y confianza en el futuro de la Iglesia del Japón, pues pocas Iglesias la igualan en el número y fervor de sus mártires.
Uno de estos ilustres mártires fue santa Magdalena de Nagasaki, terciaria agustina recoleta, que a sus 22 años padeció el tormento de las cuevas o de la fosa, el tormento más insoportable inventado por el hombre. Y permaneció en él durante catorce días por el poder de Dios. Y hubiera permanecido más, si no se hubiera ahogado. Pero lo más sorprendente fue que, a pesar de sus tormentos, cantaba himnos a Dios, estando boca abajo en una hoya sangrando por la cabeza. Lo hacía con una voz que todos dicen que no parecía de este mundo. Y era tanto su amor a Dios y la emoción que despertaban sus canciones, que podemos llamarla la santa Cecilia japonesa. Podía ser también como ella patrona de los músicos que cantan a Dios, ya que toda su vida podemos considerarla un canto de amor a Dios, y a ella podemos llamarla Magdalena de la alegría.
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