Karl Rahner
INTRODUCCIÓN
Al proponemos hacer algunas reflexiones sobre la teología de la muerte, son inevitables algunas observaciones previas, a fin de que el tema no sea mal entendido, desde su planteamiento, en su fin y limitación.
La fe y la teología están, sin duda alguna, estrechamente unidas, pero no son una misma cosa. La fe es la adhesión del hombre entero a la palabra de Dios que oye como tal de boca de la Iglesia. La teología es un esfuerzo metódicamente conducido para lograr una inteligencia refleja de lo que se ha oído y fielmente recibido como palabra de Dios. Ahora bien, la palabra de Diós sólo se recibe fielmente si de alguna manera es entendida. De ahí que la fe no se dé nunca sin alguna especie de teología, ni ésta sin fe, puesto que presupone la audición de la palabra de Dios. Sin embargo, la medida y extensión de la inteligencia refleja, lograda gracias al trabajo científico metódico, de la palabra de Dios oída y creída puede ser muy varia, y puede estar también garantizada en su exactitud en grado vario por la Iglesia. De ahí que la fe y la teología no sean una misma cosa.
De ahí surge, desde el primer momento, en un estudio sobre un objeto de la fe y de la teología, una dificultad de método. El teólogo católico se propone hablar, por ejemplo, justamente de la muerte. ¿Tendrá que limitarse a decir sobre ella, con la máxima pureza, lo que es proposición expresa de fe, inmediatamente aprehensible en la predicación de la Iglesia y en la Escritura?
En este caso, el teólogo sólo diría lo que él mismo ha «oído» real e inmediatamente. ¿O podrá también intentar dar a su oyente una visión sobre su ulterior trabajo teológico? En este trabajo, que no tiene la garantía inmediata de logro, que es patrimonio de la Escritura y del magisterio de la Iglesia, el teólogo intenta entender mejor lo que él mismo ha oído. Se trata, pues, de aquel ulterior trabajo teológico que empieza después de establecer lo que la Iglesia dice sobre el objeto de la fe, a fin de penetrar en una inteligencia más exacta de lo oído inmediatamente en la fe, combinando las proposiciones particulares, confrontándolas con otras ideas y dándoles mayor precisión conceptual. Dada la inseparabilidad que, en principio, se da entre el objeto de fe y la teología, estas dos posibilidades de trabajo sólo relativa y parcialmente pueden disociarse. Sin embargo, no son absolutamente idénticas y están, por ende, a nuestra elección.
Nos damos perfectamente cuenta de que ya el tema primero, la exposición, hecha con la máxima objetividad, de lo que las fuentes de la fe dicen inmediata y expresamente sobre la muerte, sería suficiente; sin embargo, queremos intentar la segunda empresa, en cuanto lo permiten las estrecheces del marco de este estudio. Intentamos, pues, dar una teología, en sentido propio, de la muerte. Y ello, sobre todo, porque justamente en nuestro tema se puede lograr de este modo una inteligencia de lo que la fe nos dice sobre la muerte, superior a la que acaso resultara de un sencillo informe sobre la sola doctrina expresa de fe acerca de ella.
Supuesta esta elección, hagamos aún, por prevención, algunas indicaciones acerca del método de esta empresa. El teólogo católico parte, en sus reflexiones, de las doctrinas de la Iglesia, tal como son propuestas a los fieles y, por tanto, al teólogo mismo por el magisterio de la misma Iglesia en la predicación ordinaria o extraordinaria como objeto de la revelación en la Escritura y en la tradición. El teólogo ha de empezar por establecer esa doctrina del magisterio de la Iglesia, lo cual es naturalmente para él tarea esencial y, en ciertas circunstancias, según el objeto, tarea también difícil. Pero, una vez fijada, esa doctrina ha de ser simplemente aceptada por él como supuesto inequívoco de su ulterior trabajo. Lo mismo poco más o menos que para el físico teórico el resultado del experimento, la doctrina de la Iglesia es para el teólogo un hecho sobre el que le es lícito reflexionar, no una opción que pueda discutir.
La manera como el teólogo establece esta base de su trabajo y justifica su punto de partida, es naturalmente cuestión que no podemos tratar aquí más despacio. Pero si no queremos poner de antemano en peligro lo que se diga acerca de la teología de la muerte, es indispensable recordar este fundamental punto de partida de todo trabajo teológico católico, punto de partida que es igualmente supuesto para la teología bíblica católica.
Dada esta situación, se comprende también, naturalmente, que la teología «teorética» sobre un determinado conjunto de cuestiones pueda contener mucho de oscuro, inacabado y problemático, aun cuando el punto de partida, es decir, los datos expresos de la doctrina de la Iglesia, en su formulación magisterial, sea tal vez relativamente sencillo y claro. La cosa se agrava aún por el hecho de que tal teología «teorética» sobre los datos de la doctrina de la Iglesia no es posible sin el concurso expreso o tácito, consciente o inconsciente de métodos, conceptos, teorías y teoremas extra teológicos y, consiguientemente, metafísicos. Así se verá precisamente en nuestra cuestión. No puede, pues, sorprender que, en largos trechos, lo que aquí va a decirse sea más bien un inventario de cuestiones teológicas que de respuestas; y aun el inventario resultará sólo parcial.