Soñad y os quedaréis cortos
Pedro Casciaro
PRÓLOGO de Mons. Javier Echevarría
La lectura de este libro, en el que Pedro Casciaro evoca los años que vivió junto al Fundador del Opus Dei, me ha traído a la memoria numerosos y entrañables recuerdos. En particular, el relato del periodo comprendido entre 1935 y 1940 describe unos años de fe y esperanza, en los que el Beato Josemaría abrió dilatados horizontes de santidad y apostolado. Desde el primer momento, en aquel Madrid de entreguerras que no había llegado al millón de habitantes, enseñó a las personas que le escuchaban a acercar a Dios a sus compañeros de trabajo.
Pronto pudo contemplar los frutos, pues muchas personas empezaron a participar en las primeras labores apostólicas del Opus Dei. El Beato Josemaría les transmitía, con gran optimismo, una plena confianza en la providencia divina, que quiere que todos los hombres se salven (I Tim 2, 4) y desea asociarnos en la plena extensión de su designio salvífico.
Yo no he sido testigo directo de esos primeros pasos de la labor del Opus Dei, pero conservo grabados a fuego los sucesos de aquellos años, tal y como me los relataron el Beato Josemaría Escrivá y monseñor Álvaro del Portillo. El repentino fallecimiento del Prelado del Opus Dei, ocurrido cuando este libro se encontraba casi en prensa, ha avivado aún más mis recuerdos. Su vida, que deja tras de sí una estela de santidad, ha sido para mí la más elocuente expresión del espíritu que el Fundador del Opus Dei transmitía a las personas que se reunían en torno a él en esos años. No puedo olvidar, por ejemplo, su relato de aquellas tardes de domingo, a mediados de los años treinta, en la Residencia DYA. Allí, junto a Pedro y los miembros más antiguos del Opus Dei, monseñor Álvaro del Portillo escuchaba de labios del Beato Josemaría la apasionante descripción de cómo sería la futura expansión apostólica de la Obra en los cinco continentes. En aquella casa de la calle Ferraz se perfilaron los planes más inmediatos –comenzar en Valencia, en otras ciudades españolas, en París–, que se retrasaron algunos años a causa de la guerra civil y, más tarde, de la Guerra Mundial.
El Beato Josemaría les trazaba con realismo –los pies en el suelo– y al mismo tiempo con un profundo sentido sobrenatural, un panorama extensísimo de apostolado. Les alentaba a soñar y a confiar en Dios y en los medios sobrenaturales. Esos sueños de apostolado parecían irrealizables a muchos de los que trataban entonces al Fundador. Sin embargo, ellos, por una especial gracia de Dios, tuvieron siempre la íntima certeza de que se harían realidad. Estaban convencidos de que, si luchaban a diario por alcanzar la santidad en medio del mundo, el Señor les haría instrumentos capaces de extender entre personas de todas las condiciones la conciencia de que Dios nos llama a la plenitud de vida cristiana.
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