Teresa de Jesús: Vida, mensaje y actualidad de la Santa de Ávila
Carlos Ros
Prólogo
Carlos Ros y Teresa
Antonio Pelayo
De Carlos Ros conservo un nítido recuerdo de los años que pasamos juntos en la Universidad Pontificia de Comillas (Santander) a pesar de que ha transcurrido desde entonces medio siglo.
No puedo decir que fuésemos amigos, pero sí recuerdo haber sentido hacia él esa callada admiración que los más pequeños experimentan frente a los que les superan en años; era un seminarista inteligente con un toque de elegancia no muy frecuente en aquellos años.
En Comillas recibimos, gracias a nuestros sabios y cultos profesores jesuitas, una estupenda formación clásica que en mi caso –y creo que también en el suyo– alimentó nuestras primeras aficiones a la escritura. Nos enseñaron a redactar y a cultivar una admiración hacia los mejores autores de nuestra literatura.
Más tarde nuestros caminos se separaron y durante años no tuve noticias suyas. Las recuperé gracias a la «mediación» de José María Javierre, con el que ambos colaboramos en algunas de las múltiples (y a veces caóticas) iniciativas de ese polifacético cura aragonés que se enamoró hasta tal punto de Sevilla que se quedó a vivir allí.
Me piden ahora escribir un prólogo a este último –por ahora– libro de Carlos y lo acepto con gusto pero un poco intimidado al contemplar la impresionante lista de títulos que en estos años han salido de sus manos. Son varias decenas, muchos de ellos excelentes biografías.
Al repasar ese elenco, ya se entiende que era inevitable que Carlos escribiese este año el libro que ahora tienen en sus manos dedicado a la Santa de Ávila.
A la santa «andariega» ya había dedicado una obra anterior y otras más a personajes tan vinculados a la Doctora de la Iglesia universal como María de San José (su «hija predilecta»), Ana de Jesús, fundadora de los carmelos en Francia y Flandes, san Juan de la Cruz, Jerónimo Gracián (el «amigo» de la Santa), Teresa de Lisieux y Edith Stein, la carmelita que murió en Auschwitz y a la que san Juan Pablo II elevó a los altares.
Con estos antecedentes a nadie le sorprenderá que me haya tocado el privilegio de prologar un libro que se coloca en lugar de honor dentro de la extensísima bibliografía teresiana.
Al final de sus páginas afirma Carlos que este libro ha sido escrito «con cierta premura, como suelen hacer los notarios» (así describía Gracián el modo de escribir de la Santa, «tan aprisa y velozmente»).
Si él lo dice así será, pero desde las primeras líneas hasta las últimas el autor te apabulla con lo que supones es fruto de una erudición exhaustiva y de una investigación concienzuda sobre las fuentes históricas más diversas; datos, fechas, nombres, citas, circunstancias históricas, juicios cabalgan a galope sobre las páginas del libro, a las que al autor ha tenido la inteligencia de liberar de lo que comúnmente se llama «aparato crítico», es decir, la continua y farragosa apelación, a pie de página, a libros o fuentes garantes de lo que se afirma.
Este no es un libro para eruditos (aunque no ha podido escribirlo alguien que no lo sea) sino para el gran público. Yo confieso que me lo he leído de corrido, en dos largas sentadas, sin ser capaz de alejarme de su lectura.
Consideración especial merecen, en mi opinión, las dos segundas partes del libro dedicadas al mensaje y a la actualidad de la Santa: algo más de quince páginas en las que Carlos es capaz de sintetizar lo que otros necesitarían para hacerlo mucho más amplio espacio. Ahí es donde se observa cómo la cabalgada del autor sobre la movida y apasionante, polémica y mística vida de la Santa le permite exponer claras conclusiones y rectificar tendenciosas interpretaciones.
Sin recurrir a rebuscadas teorías, Carlos Ros nos da la clave del «genio femenino» que define a la fundadora y a la mística. «Teresa de Jesús –escribe– ha sido una mujer que rompió los moldes de su época para convertirse en arquetipo de mujer, de mística, de literata, de poeta, de todo».
No quiero robarles más tiempo. Dedíquenlo al libro que han tenido la suerte de que haya caído en sus manos. Me lo agradecerán a mí y sobre todo a su autor.
Antonio Pelayo
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