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Un hombre bueno es difícil de encontrar

Flannery O’Connor

Extracto

La abuela no quería ir a Florida. Quería visitar a algunos de sus conocidos en el este de Tennessee y no perdía oportunidad para intentar que Bailey cambiase de opinión. Bailey era el hijo con quien vivía, el único varón que tuvo. Estaba sentado en el borde de la silla, a la mesa, reclinado sobre la sección deportiva del Journal.

—Mira esto, Bailey —dijo ella—, mira esto, léelo.

Y se puso en pie, con una mano en la delgada cadera mientras con la otra golpeaba la cabeza calva de su hijo con el periódico.

—Aquí, ese tipo que s’hace llamar el Desequilibrado s’ha escapao de la Penitenciaría Federal y se encamina a Florida, lee aquí lo que hizo a esa gente. Léelo. Yo no llevaría a mis hijos a ninguna parte con un criminal d’esa calaña suelto por ahí. No podría acallar mi conciencia si lo hiciera.

Bailey no levantó la cabeza, así que la abuela dio media vuelta y se dirigió a la madre de los niños, una mujer joven en pantalones, cuya cara era tan ancha e inocente como un repollo, con un pañuelo verde atado con dos puntas en lo alto de la cabeza, como orejas de conejo. Estaba sentada en el sofá, alimentando al bebé con albaricoques que sacaba de un tarro.

—Los niños y’han estao en Florida —dijo la anciana señora—. Deberíais llevarlos a otro sitio pa variar, así verían otras partes del mundo y aprenderían otras cosas. Nunca han ido al este de Tennessee.

La madre de los niños no pareció oírla, pero el de ocho años, John Wesley, un niño robusto con gafas, dijo:

—Si no quieres ir a Florida, ¿por qué no te quedas en casa?

Él y su hermanita, June Star, estaban leyendo las páginas de entretenimiento en el suelo.


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