Un publicano llamado Zaqueo
Antonio Pavía
Prólogo
Una habitación
con vistas al Misterio
Zaqueo representa al hombre satisfecho, el que se ha propuesto metas y las ha alcanzado. No le ha sido fácil a nuestro amigo llegar hasta donde sus sueños le han impulsado; lo ha conseguido, es todo un personaje en Jericó. Envuelto, quizá habría que decir mejor, amordazado por el aura de su triunfo personal, tal vez empieza ya a tomar conciencia de que la meta alcanzada se está convirtiendo en una especie de lazo asfixiante. El estatus conseguido con tanto esfuerzo va poco a poco tomando forma de una figura entre burlona y grotesca que le indica el fin del recorrido de sus sueños de grandeza. Puede incluso llegar a pensar que sus impulsos más íntimos, aquellos que un día espolearon todo su ser hacia la meta soñada, se baten, a esta altura de su vida, en retirada ante la aceptación sumisa de lo que ya entrevé como punto final de todo lo que quiso ser.
Zaqueo es un hombre –repito– satisfecho. Le acompaña el éxito que no es fruto del azar, sino de una vida dedicada a alcanzar un objetivo que, como ya hemos dicho, ha tenido un feliz resultado. Lucas nos dice que es el jefe de publicanos de Jericó. Estos eran los que recaudaban los impuestos. Es evidente que su posición es envidiable al menos bajo el punto de vista socioeconómico. Por supuesto que no tenemos nada que objetar a Zaqueo ni a todos aquellos que, con no pocos esfuerzos, han coronado una realización personal, sea esta cual fuere.
El problema es que toda meta que suponga un límite existencial pasa factura. Todo hombre lleva en su interior la imperiosa necesidad de crecer –ser creado–ininterrumpidamente. Cuando esta novedad de estar en continuo e ininterrumpido crecimiento queda bloqueada, aparecen grietas en esa nuestra realización personal que creíamos coronada. Esto nos recuerda la imagen de una presa que almacena más agua de la que puede contener, por lo que termina por quebrarse. En realidad –volvemos a Zaqueo– estamos hablando del punto final de sus aspiraciones, es entonces cuando hace acto de presencia la fragilidad del ser. Intentar amputar la trascendencia inherente a nuestra existencia es un esfuerzo baldío. Siempre estará ahí con nosotros y, además, llamando; inútil intentar acallar sus pálpitos.
Tenemos motivos sobrados –lo veremos a lo largo de este libro– para pensar que Zaqueo no es ajeno a esta crisis de ser algo más que su estatus alcanzado. En este su ir y venir de ideas, pensamientos, interrogantes, tantas veces apartados mas nunca resueltos, llega a sus oídos una noticia que le levanta el ánimo: Jesús de Nazaret, el Mesías esperado por Israel, el Libertador anunciado por los profetas, está entrando en la ciudad.
Esta noticia buena donde las haya se desliza suavemente por sus interioridades buscándose un lugar en su inquieto corazón. Zaqueo no la rechaza, ya es consciente de las grietas que poco a poco van tomando cuerpo en su castillo, el de sus haberes. Consciente de que es una buena noticia, la acaricia, la envuelve con las telas de su alma hasta convertirla en intuición.
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