Ven, sé mi luz
Santa Teresa de Calcuta
PREFACIO
Durante décadas, Madre Teresa y su obra suscitaron un enorme interés público. A la vista de toda la atención que recibió durante su vida, y especialmente a su muerte a los ochenta y siete años, uno se pregunta: ¿de dónde procedía esta fuerza que atraía a tanta gente hacia ella? Lo cierto es que ella hubiera preferido pasar inadvertida. Se consideraba a sí misma «un lápiz en las manos de Dios» nada más, y estaba convencida de que Dios utilizaba su «nada» para mostrar Su grandeza. Nunca se dio importancia por lo que hacía y siempre intentó dirigir la atención que se le prestaba hacia Dios y «Su obra» entre los más pobres de los pobres. Sin embargo, no estaba en el plan providencial de Dios para ella que permaneciera en el anonimato. Gente de todo credo y condición reconocieron su amor generoso y su compasión por los pobres; admiraron su simplicidad y autenticidad y se sintieron atraídos por la alegría y la paz que irradiaba. Al mismo tiempo, todos los que la conocieron, incluso una sola vez, se quedaban con la sensación de que había algo más tras su mirada penetrante.
Madre Teresa no podía ocultar su trabajo entre los pobres, pero consiguió mantener escondidos —y con increíble éxito— los más profundos aspectos de su relación con Dios. Estaba decidida a mantener estos secretos de amor lejos de las miradas de los mortales. El arzobispo de Calcuta, Ferdinand Périer y algunos sacerdotes fueron los únicos que vieron un atisbo de la riqueza espiritual de su vida interior, y ella les rogaba constantemente que destruyeran todas sus cartas en relación con este tema. La razón de esta insistencia se encuentra en su profunda reverencia a Dios y Su obra en ella y a través de ella. Su silencio se yergue ahora como testimonio de su humildad y de la delicadeza de su amor.
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