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Vértigo y éxtasis

Alfonso López Quintás

Introducción

En el libro XIII de los Anales de Confucio se cuenta que Tzu-Lu hizo al gran maestro la siguiente pregunta: «Si el Señor de Wei te llamara para que te hicieras cargo de la administración de su reino, ¿cuál sería tu primera providencia?». Confucio respondió: «La reforma del lenguaje».

La Antropología filosofía actual nos enseña que el lenguaje, bien entendido, es el vehículo por excelencia de la creatividad^. Recuperar el lenguaje significa volver a tomar las riendas de los procesos creadores, de los que pende el desarrollo de la personalidad humana. He aquí la profunda razón por la que numerosos pensadores actuales —sobre todo, los fenomenólogos, los existenciales y los dialógicos o personalistas— han consagrado su ingente y muy cualificada obra a la tarea de conseguir que redescubramos la vía de la autenticidad por medio de la clarificación de las palabras esenciales.

Los responsables del Congreso Mundial de Filosofía celebrado en Dusseldorf (Alemania) en 1978 propusieron, entre los ochos temas filosóficos más destacados del momento, el estudio de la racionalidad específica del Arte y la Religión. Que tal cuestión se ponga a debate después de siglos de antagonismo al parecer irreconciliable entre fe y ciencia, arte y razón, conocimiento filosófico y conocimiento científico denota un avance notable en el esclarecimiento de lo que constituye la vida espiritual del hombre. Este benemérito intento de recobrar el tiempo perdido no logrará, sin embargo, un éxito pleno si no acertamos a desentendemos de ciertos prejuicios y malentendidos que bloquean la reflexión filosófica.

La vía más adecuada para conseguir este desbloqueo no consiste en atacar de frente y en pormenor cada uno de los fallos que se cometen en el planteamiento de las cuestiones básicas de la existencia humana. Lo más eficaz es esforzarse en no dejar de lado ningún modo de realidad y hacerles justicia a todos con un estilo de pensar adecuado. Ambas tareas exigen una actitud de apertura y generosidad y la voluntad de no ceder a la tentación de entregarse a lo superficial. Si, al estudiar las diferentes cuestiones, logramos movernos en un nivel de hondura, la fuerza misma de la realidad iluminará nuestras mentes y hará que cada uno de nuestros conocimientos ostente una forma de racionalidad peculiar la que le corresponde.

Este ajuste intelectual a la realidad dota al hombre de una riqueza de posibilidades sorprendente. Quedará de manifiesto cuando analicemos algunas experiencias extáticas significativas. Al tomar contacto con la plenitud de vida humana que late en tales experiencias, descubrimos un horizonte de gran fecundidad para la tarea formativa del hombre actual. Formarse implica poner en forma la capacidad de asumir activamente los grandes valores. Los valores se alumbran en las experiencias extáticas. Bien entendidas y bien realizadas, éstas elevan al hombre a lo mejor de sí mismo, a las cotas más altas de su vocación y su misión. Pero esta elevación sólo es posible si desoímos la voz seductora de lo fascinante. He aquí la razón profunda por la cual comprender en su génesis y en sus últimas derivaciones la lógica del proceso de vértigo y la del éxtasis supone un paso de gigante en el proceso del desarrollo personal. No por azar resultan en verdad sugestivos los análisis que realizamos en este volumen.


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