Enrique Calicó
Prólogo
Desde que leí la primera obra de Enrique Calicó, Momentos de una vida, la recomendé verbalmente y por escrito, y lo mismo he continuando haciendo con todas sus numerosas obras posteriores. Los motivos son muchos. El más importante es que toda la obra escrita de Calicó es un mensaje de esperanza y de alegría, fundado en su sano sentido común y sobre todo en su firme y valiente fe, que llevan siempre al amor de Dios, a los demás, y a todo lo creado, por y para Dios. Siempre he podido comprobar que su lectura hace mucho bien a los más variados lectores, independientemente de la edad, de la profesión, del grado de cultura y hasta del modo de pensar.
En el presente libro ofrece una completa biografía de lo que se llamó «el caso» del Padre Pío, por la serie de fenómenos extraordinarios que acompañaron a su vida mística, como visiones, bilocaciones, curaciones, profecías y la reproducción de los estigmas que Cristo sufrió al ser crucificado. El mejor Prólogo a esta obra, aunque pueda sorprender a algunos, va a ser recordar la doctrina de Santo Tomás sobre la mística.
Enseña el Aquinate que sólo Dios puede producir el conocimiento místico en el hombre mediante la actuación de los dones del Espíritu Santo. A diferencia de las virtudes infusas –como son las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), las cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y sus derivadas–, en las que Dios es causa principal primera, y la criatura, causa principal segunda subordinada, los dones del Espíritu Santo –sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, piedad, fortaleza y temor de Dios– tienen como causa principal única al Espíritu divino y la criatura sólo es causa instrumental.
Las virtudes infusas son más perfectas que las virtudes adquiridas, que se obtienen por la repetición de actos, puesto que su origen es sobrenatural. Sin embargo, por ser recibidas en las facultades humanas y actuadas por ellas, aunque bajo la moción divina de la gracia actual, sus actos se producen al modo humano y se acomodan así a su imperfección. Además, en su ejercicio el sujeto está en pleno estado activo y tiene conciencia de que es él quien obra, cuando y como quiere. En cambio, los dones, que son movidos por el mismo Espíritu Santo, hacen actuar a las virtudes infusas al modo divino o sobrenatural, de un modo proporcionado a su propia naturaleza. Ya no están reguladas por la razón humana, que las hace imperfectas.
Bajo el régimen de la razón, en el que actúan las virtudes infusas, en lo que se denomina ascética, es imposible que se produzcan experiencias plenas de lo divino. En cambio, la mística es un efecto de la actuación de los dones, que se reciben conjuntamente con la gracia y las virtudes infusas, que como potencias o como elementos dinámicos sobrenaturales son inseparables de la gracia santificante, que constituye como la esencia, o elemento sustentante y estático, del organismo sobrenatural.